miércoles, 29 de enero de 2020

EL UNIVERSO HUMANO, Elmo Valencia


EL UNIVERSO HUMANO  
(Elmo Valencia)


Había una mujer tan bella que muy pronto quedó embarazada. Sin embargo, a nadie preocupó lo más mínimo este hecho, muy normal dentro del prodigio de la naturaleza.
Pero a Cielo, que así se llamaba la mujer, le sucedió algo tan extraño que su embarazo por un momento hizo temblar las leyes biológicas de la perpetuidad de nuestra especie.
Sucedió que fueron pasando los meses, y a Cielo, como es de suponerse, le crecía el vientre. ¿Por qué no? ¿Acaso no le había crecido a Eva y Brigitte Bardot? ¿Por qué entonces no le podía crecer el vientre a Cielo, también criatura de Dios y tan bella?
Pero pasaron las nueve lunas y el alumbramiento no llegó y vinieron otras lunas y a Cielo le siguió creciendo el vientre. ¿Qué hacer ante este hecho tan alarmante como desconocido? ¿Qué decían al respecto los libros sagrados de las parturientas? ¿Castigo de Dios? ¿Obra del diablo? ¿Mal de ojo?
Sin embargo, una noche Cielo se dio cuenta de que en lugar de haber dado luz hacia fuera, había dado luz hacia adentro. Su hijo había nacido dentro de su propio cuerpo.
Con gran serenidad de ánimo la madre se fue adaptando al nuevo proceso involutivo, y el hijo, como si se hubiera resignado desde un comienzo a su absurda situación, comenzó a organizar su vida.
Cielo se puso a desarrollar a base de reflejos un desconocido amor maternal por ese cuerpecito que llevaba adentro y que a veces se movía como un gato. Primero lo sintió gatear; las rodillas del nene se hundían en ese blando almohadón que es la capa basal del endometrio. Luego lo sintió caminar: la cabeza le rozaba algunas vísceras, y Cielo, con la leche agriada, caía en otra estación de la vigilia.
Ante su sorpresa, los pasos del niño no la lastimaban en lo más mínimo.
Pasaron los años y Cielo, atenta a sus movimientos, trataba de seguirlo, y a cada instante se preguntaba en qué meridiano de su vientre el pequeño estaría parado.
¿Cómo llamarlo? ¡Ícaro! ¿Por qué no? Al fin y al cabo Ícaro es un nombre hermoso. ¿Acaso Ícaro no quiso alcanzar el cielo? Así que Cielo decidió ponerle por nombre Ícaro.

Un día Cielo oyó ruidos extraños. Eran monosílabos, palabras entrecortadas. El niño quería aprender a hablar. Entonces Cielo le enseñó a decir «mamá», a decir «Cielo» y a decir «Ícaro». Desde ese momento el pequeño fue entendiendo el significado de los sonidos y una vez posesionado del esplendor de las palabras, comenzó a desarrollarse entre madre e hijo la aventura de un diálogo que no terminaría sino en la separación definitiva de uno de los dos.

—Ícaro, ¿quieres un caballito?
—Sí, mamá.

Y Cielo se tragó un caballito de madera para que su hijo jugara con él.
Y luego le envió más juguetes, llegando hasta el extremo de tragarse en diciembre un pino y las bombillitas rojas para que Ícaro tuviera también su árbol de navidad, e Ícaro lo plantó y lo alumbró y de noche el fabuloso vientre rosado de Cielo parecía una lámpara iluminando el mundo.
Y aunque parezca mentira, aquel diciembre el niño Dios le trajo como regalo de navidad un trencito eléctrico. A partir de ese momento, Cielo se acostumbró a quedarse profundamente dormida cuando el juguete comenzaba a hacer taque-taque-taque.

Cuando cumplió siete años, Cielo le envió cuadernos y lápices de colores para que aprendiera a leer y escribir. Y aprendió muy bien. Su primera frase fue: «Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza»; y su primera lectura: «Las aventuras de tío conejo».

Y el niño fue creciendo y comenzó a indagar por todo y hasta llegó a preocuparse por el origen de las cosas: «Mamá, ¿quién hizo al mundo?».
«Mamá, ¿qué fue primero, la gallina o el huevo?». Y Cielo le contestaba maravillosamente con la bondad en la boca.

Cuando se sintió hombre Ícaro decidió estudiar filosofía para hallar una respuesta a las preguntas: «¿Quién soy?», «¿qué hago aquí encerrado?». Entonces Cielo se tragó desde «la República» de platón hasta «El ser y la nada». Al final, no encontrando en la filosofía la respuesta que buscaba, decidió ser astronauta y así se lo comunicó a su madre. La mujer escuchó su súplica y una noche, sin que nadie la viera, se tragó un vestido espacial y un cohete.

Ícaro empezó a prepararse para la gran aventura. Cuando llegó el momento levantó vuelo y comenzó a sondear el Universo de Cielo. Recorrió su cintura; bajó varias veces por sus muslos hasta el límite de los pies; estudió con detenimiento el corazón, pues le mortificaba saber que ese órgano tan lleno de bondad y sabiduría fuera tan falsamente comprendido; atravesó la vía láctea de sus senos dejando en su pecho un resplandor de luz anaranjada. Se internó por la garganta y conoció la andrómeda de sus labios, subió hasta los dos astros de sus ojos y allí, por vez primera, Cielo e Ícaro se miraron mutuamente. Le dio varias vueltas al planeta del cerebro, avanzó tal vez buscando el milagro de la vida por entre los brillantes tejidos de la carne, se cercioró de la blancura de los huesos y finalmente, embriagado de tanta belleza, cayó en el torrente circulatorio de Cielo y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre hasta que Ícaro se agotó como un meteoro.
Final del formulario



INFECCIÓN
(Andrés Caicedo)
1966
Resultado de imagen para andrés caicedo


Bienaventurados los imbéciles,
Porque de ellos es el reino de la tierra

El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.
-Mirá, allá viene la negra esa.
-Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pasa ella. Ja! Ser igual a todo el mundo.
Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repasan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo, toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No nada. Como siempre.
(Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan por ella. Odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas que se frustran en toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero que no le abre las puertas a los desesperados)
Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo en lo cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en las virginidades femeninas… después, por allá… por Yumbo o Jamundí, donde usted quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar, el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es que la que tiene al lado trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por equivocación son lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira a todos lados para mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile de su hijita pero la muy estúpida no se imagina si quiera lo que hace su distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una fiesta donde los más hipócritas creen estar con Dios, maldita sea, y lo que están es defecándose por poder amachinar a la novia de su amigo… piensan en Dios y se defecan con toda calma mientras piensas en poder quitársela.
Sí, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Odio a mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas, un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la de la casa del frente. Odio a los muchachitos que juegan fútbol en las calles, y que con crueldades y su balón mal inflado tratan de olvidar que tienen que luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Sí, odio a los culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se cansan de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo nuevamente, agarrando todo, todo !. Odio a mis vecinos quienes creen encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar, sí, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde habita Dios.
Conozco un amigo que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que él mismo es una mentira, pero que nunca ha podido –puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel, pero no puede, no, lo imposibilita su cobardía.
Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar mañana conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas, porque su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos, las odio porque ninguna sabe bailar go go mejor que yo, o porque todavía no he conocida ninguna de 15 años que valga la pena para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantidades mayores que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se lo dejo de hacer porque las quiero y aún no he aprendido a amarles.
No sé, pero para mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno de que todo lo que hace no sirve para nada. Estar uno convencido que hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que o se avanza terreno, que se estanca, que se patina. Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr——————rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr———————rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr no poder uno multiplicar talentos, estar uno convencido que está en este mundo haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle caso.
¿Y qué? ¿Busca algo positivo uno? ¿Lo encuentras? Ah, no. Lo único que hace usted es comer mierda. Vamos hombre, no importa en qué forma se encuentra su estómago, piense en su salvación, en su destino, por Dios, en su destino, pero está bien, eso no importa. ¿Qué no? Vea, convénzase: por más que uno haga maromas en esta vida, por más que se contorsione entre las apariencias y haga volteretas en medio de los ideales, desemboca uno a la misma parte, siempre lo mismo… lo mismo de siempre. Pero eso no importa, no lo tome tan en serio, porque lo más chistoso, lo más triste de todo es que UD. Se puede quedar tranquilamente, s u a v e m e n t e,  d e f e c á n d o s e, p u d r i é n d o s e,  p o c o  a   p o c o,   t ó m e l o   c o n   c a l m a… ¡Calma! ¡Por Dios, tómelo con calma!
Odio la avenida sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el Club Campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados, lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado que perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudio por conseguir una maldita nota. Odio a todos ellos que se cagan en la juventud todos los días.
¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no pertenezco a este ambiente, a esta falsedad, a esta hipocresía. Y ¿Qué hago? No he nacido en esta clase social, por eso es que te digo que no es fácil salirme de ella. Mi familia está integrada en esta clase social que yo combato, ¿Qué hago? Sí, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y, por Dios, ahora casi no puedo salirme de él. Dices que por qué vivo yo todo angustiado y pesimista ¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de amistades, pero no encontrar siquiera una que se parezca a mí? No sé qué voy a poder hacer. Pero a pesar de todo, la gloria está al final del camino, si no importa.
La odio a ella por no haber podido vencer a su propia conciencia y a sus falsas libertades. La odio porque me demostró demasiado rápido que me quería y me deseaba, pero después no supo responder a estas demostraciones. La odio porque no las supo demostrar, pero ese día se fue cargando con ellas para su cama. Yo la quiero muchacha estúpida, ¿no se da cuenta? Pero apartándonos de eso la odio porque me originó un problema el berraco y porque siempre se iban con mis palabras, con mis gestos y mis caricias, con todo… otra vez para su cama. Pero, tal vez, para nosotros exista otra gloria al final del camino, si es que todavía nos queda un camino… quién sabe…
Odio a todas las putas por andar vendiendo añoraciones falsas en todas sus casas y calles. Odio las misas mal oídas… Odio todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio… y a ustedes ¿les importa?
Sí, odio todo esto, todo eso, todo. Y la odio porque lucho por conseguirla, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso la odio, porque lucho por su compañía. La odio porque odiar es querer y aprender a amar. ¿Me entienden? La odio, porque no he aprendido a amar y necesito de eso. Por eso odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada…
A nada
A nadie
¡Sin excepción!
Tomado de
Destinitos Fatales
Andrés Caicedo


LAS OCHO REGLAS DE ESCRITURA DE J.K. ROWLING

Resultado de imagen para .K. ROWLING
1. Tus días de escritura son sagrados
Sé implacable a la hora de proteger tus días de escritura. No cedas, por ejemplo, ante las peticiones de celebrar reuniones «imprescindibles» y «tan esperadas» en esos días. Lo curioso es que, aunque la escritura ha sido mi trabajo real durante varios años, todavía parece que tengo que luchar por el tiempo para dedicarme a él.
2. Trabajo y disciplina
Tienes que trabajar. Hay que tener una estructura. Hay que tener disciplina.
3. Céntrate en la escritura
Dejé de pretender ser diferente a lo que era y empecé a dirigir toda mi energía en terminar el único trabajo que me importaba.
4. Escribe sobre lo que conoces
Tus intereses, sentimientos, creencias, amigos, familia, e incluso tus mascotas serán tus materias primas cuando comiences a escribir.
5. Lee todo lo que puedas
Siempre aconsejo a los niños que me preguntan por consejos para escribir que lean todo lo que puedan. Jane Austen dio a un joven amigo el mismo consejo, así que me siento respaldada en este tema.
6. Perseverancia ante todo
La perseverancia es absolutamente esencial, no solo para producir todas esas palabras, sino para sobrevivir al rechazo y a la crítica.
7. Disfruta con tu escritura
Lo que escribes se convierte en lo que eres, ¡así que asegúrate de que te encanta lo que escribes!
8. Crece con cada fracaso
El fracaso es inevitable. Conviértelo en fortaleza. Tienes que resignarte al hecho de que vas a desperdiciar muchos árboles antes de escribir cualquier cosa que realmente te guste, y así es como debe ser. Es como aprender a tocar un instrumento. Tienes que estar preparado para golpear las notas incorrectas de vez en cuando, o con frecuencia. Yo escribí montones de cosas antes de escribir algo con lo que me sentía feliz.


lunes, 27 de enero de 2020


EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ A TENER FRÍO
Por Juan Forn
Resultado de imagen para horacio quiroga
Horacio Quiroga adoraba a Martínez Estrada como a un hermano menor y le regaló una hectárea de su propia tierra en Misiones, para tentarlo de que fuera su vecino. La desmontó él mismo a machete limpio, le mandó por correo el título de propiedad y los planos de la casita de madera que podía construirle con sus manos. Hasta los muebles le ofrecía hacer (y eran famosamente cómodos los muebles que hacía Quiroga, con ayuda del mensú devenido carpintero Jacinto Escalera). Martínez Estrada tenía un trabajo de cuarta en el Correo Central y detestaba el ambiente literario de Buenos Aires, pero no se decidía a partir a Misiones, así que Quiroga apeló a un último recurso para convencer a su melómano amigo: le mandó un violín hecho en madera de timbó. “Era tan chato de pecho y espalda como el propio Quiroga, tenía un clavijero prehistórico, las efes labradas torpemente a gubia y emitía un sonido de gato en celo, mitad hipnótico y mitad horripilante.” Martínez Estrada entendió con el corazón estremecido que así sería la vida como vecino de Quiroga en Misiones, pero se libró de escribir esa carta cruel porque su amigo apareció por Buenos Aires.
Venía a hacerse ver por los médicos una molestia que no lo abandonaba. Era un cáncer terminal, pero no se animaban a decírselo. Lo tenían de residente en el Hospital de Clínicas con permiso ambulatorio, mientras le hacían creer que lo sometían a estudios y lo preparaban para una operación. Un día vagando por el sótano del hospital encontró un paciente llamado Batistessa. Lo tenían ahí escondido por su aspecto físico, causado por una neurofibromatosis conocida como elefantiasis. Quiroga exigió que Batistessa fuera sacado del sótano y trasladado a su habitación, y en las horas muertas le contaba historias de la selva. Un día Batistessa oyó hablar a los médicos y fue a decirle a Quiroga que la operación proyectada era una simple y dolorosa postergación de la muerte. Quiroga avisó que salía a caminar, fue a una ferretería a comprar cianuro, regresó al hospital, mezcló el polvo en un vaso con whisky y se lo tomó. “Se mató como una sirvienta”, dijo Lugones, que un año después se suicidaría de igual forma en el Tigre. “No se vive en la selva impunemente”, escribió Alfonsina Storni en un poema que le dedicó antes de suicidarse ella también, en los acantilados de Mar del Plata.
Ni Lugones, que había sido su maestro y protector, ni Alfonsina, que había sido su amante, acompañaron las cenizas del difunto al Uruguay. Borges, en cambio, que había dicho que Quiroga era “una superstición uruguaya, que escribía mal lo que Kipling escribió bien”, sí fue de la comitiva. Eran fechas de Carnaval y contó que el corso se interrumpía al paso del cortejo y que los niños pedían tocar la urna de madera de algarrobo en donde el escultor ruso Stepan Erzia había tallado la cara del difunto. A veces los opuestos coinciden: a Arlt le pasó algo parecido con Quiroga; él también lo había escarnecido; en una aguafuerte sobre la fundación de la SADE, creada para defender los derechos de los escritores, escribió: “La idea debe ser de Quiroga, hombre que gasta barba sefaradí y una catadura de falsificador de moneda que espanta”. Pero cuenta Onetti que, el día en que murió Quiroga, Arlt estaba sentado al fondo de una larga mesa, ignorando con fiereza los comentarios sobre el muerto, hasta que llegó su amigo Kostia y contó que tres días antes se había cruzado con Quiroga por la calle. Iba vestido como un clochard, la barba le devoraba más de la mitad de la cara, venía siguiendo desde el Parque Japonés a la última mujer que siguió por la calle, una beldad que cortaba la respiración. Era la famosa viuda de Gómez Carrillo, que por entonces noviaba con Saint-Exupéry. Kostia se lo estaba diciendo cuando el francés salió del Hotel Plaza al encuentro de su dama y la abrazó. Quiroga, contemplando la escena, murmuró: “Me hubiera gustado ser aviador”, y se fue, envuelto en su sobretodo con el pijama abajo en pleno enero, rumbo a su cama en el Hospital de Clínicas. Desde el fondo de la mesa, detrás del humo de su cigarrillo, se oyó la voz de Arlt: “He cambiado mi opinión de Quiroga”. No podía ser de otra manera. Quiroga había dicho: “Soy el primer infectado por Dostoievski en América del Sur”. Arlt fue el siguiente.
Como Arlt, Quiroga carecía de lo que algunos llaman tacto, otros hipocresía y otros relaciones públicas. A los veinte años partió de Montevideo a París vestido como un dandy, en camarote propio. Volvió tres meses después, en tercera clase, con los pantalones raídos y las solapas levantadas para que no se viera que no tenía cuello en la camisa. “¿Por qué escriben como españoles si son argentinos?”, le dijo en la cara a Larreta cuando llegó a Buenos Aires. “No soporto los gauchos de Carnaval”, le dijo a Lugones. Escandalizó a Manuel Gálvez con su Historia de un amor turbio, basada en su relación con Ana María Cires, la muchacha que se llevó a vivir a Misiones y le dio dos hijos y después se suicidó de manera atroz. A esos hijos los crió en el amor a la selva, dejándolos dormir solos arriba de un árbol o sentarse durante horas al borde de un precipicio, para horror de su madre. Cuando ella murió, volvió con esos hijos a Buenos Aires, vivió primero en un sótano de la calle Canning y después en un caserón en Vicente López, donde tenía un coatí llamado Tutankamón, un búho llamado Pitágoras y el yacaré Cleopatra, además de una enorme canoa aerodinámica que calafateaba infinitamente y que no parecía una embarcación, sino una criatura de las aguas.
Lo acusaban de escribir para asustar a la gente, de traer la selva a la ciudad, de arrimar la barbarie a la civilización. Cuando publicó su famoso decálogo del perfecto cuentista, Nalé Roxlo dijo que parecía el manual del maestro ciruela escrito por el Viejo Vizcacha. “Es un anarcoindividualista que se conforma con su propia libertad. No le importa que todos los hombres sean libres”, dijo Álvaro Yunque cuando lo invitó a la URSS y Quiroga le contestó que prefería volverse a la selva. Y eso hizo, con una segunda esposa treinta años más joven que él, que prefirió abandonarlo antes de enloquecer. Tampoco en la selva lo entendían: se burlaban del hermoso laberinto de bambúes que había hecho para su segunda esposa, con un jardín de orquídeas en el medio. Las cuadrillas que pasaban y lo veían deslomándose al sol le gritaban: “¿No tiene personal, patrón? ¡No le robe trabajo a los peones!”.
Supo adorar por igual a Tolstoi y a Dostoievski, a Jack London y a Thoreau, a Maupassant y a Baudelaire (“ebanistas capaces de sacar de un solo golpe de garlopa trece rizos de viruta”). Hablaba como si siempre tuviera fiebre y padeció frío hasta en la selva misionera. En la última carta a sus hijos les dijo: “Busco lo que casi nunca se encuentra. Soy capaz de romper un corazón por ver lo que tiene adentro, a trueque de matarme yo mismo sobre los restos de ese corazón”. Martínez Estrada escribió después de su muerte: “Con él aprendimos a contar en serio”, y si miramos la literatura argentina desde acá, no hay manera de no estar de acuerdo.


jueves, 23 de enero de 2020

PARTIDA por Mario de Sá Carneiro

PARTIDA por Mario de Sá Carneiro

Resultado de imagen para mario de sá carneiro

Al ver escurrirse la vida humanamente
En sus aguas ciertas, yo vacilo,
Y me detengo a veces en el torrente
De las cosas geniales en las que medito.
Me desafía un deseo de escapar
Al misterio que es mío y me seduce.
Mas luego me celebro. A su luz
No hay muchos que la sepan reflejar.
Mi alma nostálgica de más allá,
Llena de orgullo, se ensombrece entretanto,
A mis ojos ungidos sube un llanto
Que tengo la fuerza de sumergir también.
Porque yo reacciono. La vida, la naturaleza,
¿Qué son para el artista? Cosa alguna.
Lo que debemos es saltar en la bruma,
Correr en el azul en busca de la belleza.
Es subir, es subir más allá de los cielos
Que nuestras almas sólo acumularon,
Y postrados rezar, en sueño, al Dios
Que nuestras manos allá doraron.
Es partir sin temor contra la montaña
Ceñidos de quimera y de lo irreal;
Blandir la espada dorada y medieval,
A cada hora encastillando en España.
Es suscitar colores enloquecidos,
Ser garra imperial entrabada,
Y una extremaunción de alma ampliada,
Viajar otras vidas, otros sentidos.
Ser columna de humo, astro perdido,
Forzar los torbellinos aladamente,
Ser rama de palmera, agua naciente,
Y arco de oro y fogonazo distendido…
Ala longincua a sacudir locura,
Nube precoz de sutil vapor,
Ansia revuelta de misterio y olor,
Sombra, vértigo, ascensión--¡Altura!
Y yo me doy todo en este fin de la tarde
Al espiral aéreo que me eleva a las cumbres.
Loco de esfinges el horizonte arde,
Mas quedo ileso entre claros y filos.
Espejismo morado de nimbado encanto--
¡Siento mis ojos convertirse en espacio!
Lastro, venzo, llego y ultrapaso;
Soy laberinto, unicornio y acanto.
Sé la Distancia, comprendo el Aire;
Soy lluvia de oro y soy espasmo de luz;
Soy copa de cristal lanzada al mar,
Diadema y timbre, yelmo real y cruz…
…………………………………………..
…………………………………………..
El bando de las quimeras lejos se asoma…
¡Qué apoteosis inmensa por los cielos!
El color ya no es color--¡es sonido y aroma!
Me vienen saudades de haber sido Dios…
*****
Al triunfo mayor, ¡adelante pues!
Mi destino es otro--es alto y es raro.
Únicamente cuesta muy caro:
La tristeza de que nunca seamos dos…

París, febrero de 1913.

TRES POEMAS DE AMOR DE ALEJANDRA PIZARNIK

TRES POEMAS DE AMOR DE ALEJANDRA PIZARNIK

Resultado de imagen para alejandra pizarnik

SÓLO UN AMOR

Mi amor se amplía.
Es un paracaídas perfecto.
Es un clic que se exhala y
su pecho se hace inmenso.
Mi amor no ruge
no clama
no ruega
no ríe.
Su cuerpo es un ojo.
Su piel es un mapamundi.
Mis palabras perforan la
última señal de su nombre.
Mis besos son anguilas que él
Se ufana en dejar resbalar.
Mis caricias un chorro reminiscente de
música sobre fuentes de Roma.
Nadie pudo huir aún de su territorio
anímico.
No hay rutas ni pliegues ni insectos.
Todo es tan terso que mis lágrimas se
sublevan.
Mi creación es una mojigatería junto a
su rubio carromato.
En estos momentos el tintero alza vuelo y
enfila hacia linderos inacabables de
mosquitos haciendo el amor.
Suena el fatídico sonido. Ya no vuelo.
Es mi amor que se amplía.

MÁS ALLÁ DEL OLVIDO

Alguna vez de un costado de la luna
verás caer los besos que brillan en mí
las sombras sonreirán altivas
luciendo el secreto que gime vagando
vendrán las hojas impávidas que
algún día fueron lo que mis ojos
vendrán las mustias fragancias que
innatas descendieron del alado son
vendrán las rojas alegrías que
burbujean intensas en el sol que
redondea las armonías equidistantes en
el humo danzante de la pipa de mi amor.

LEJANÍA

Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventado, sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de
tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus
pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus
labios.
Por qué tu visión fantasmagórica 
redondea las cálices de
estas horas?

Poemas de su libro «La tierra más ajena», 1955

miércoles, 22 de enero de 2020

Decálogo de escritura de Elmore Leonard


Decálogo de escritura de Elmore Leonard

“Estas son las reglas que he ido recogiendo en el camino para ayudarme a permanecer invisible cuando estoy escribiendo un libro, para ayudarme a mostrar lo que está sucediendo en la historia en lugar de contarlo.”—Elmore Leonard

Resultado de imagen para Elmore Leonard

1. Nunca empieces un libro con el tiempo
Si sólo es para crear una atmósfera y no por la reacción de un personaje ante el tiempo, no quieres que se prolongue demasiado. El lector tiende a mirar la hoja buscando a gente. Claro que hay excepciones. Si resulta que eres Barry López, quien posee más formas que un esquimal de describir el hielo y la nieve en su libro Sueños Árticos, entonces puedes hacer todos los partes meteorológicos que quieras.
2. Evita los prólogos
Pueden ser muy molestos, especialmente un prólogo tras una introducción después de un prefacio. Son bastante frecuentes en los ensayos, pero un prólogo en una novela es historia y puedes introducirla en el lugar que quieras. Hay un prólogo en la obra de John Steinbeck, Dulce Jueves, pero me parece correcto porque se trata de un personaje dejando claras las reglas del libro. Dice así: “Me gusta mucho que se hable en los libros y no me gusta que nadie me diga cómo es el tipo que está hablando. Quiero imaginármelo a partir de la forma en la que habla.”
3. Nunca uses un verbo distinto a “dijo” para introducir un diálogo
La línea del diálogo pertenece al personaje; el verbo es el escritor metiendo sus narices. Pero “dijo” es mucho menos intrusivo que “se quejó”, “susurró”, “advirtió”, “mintió”… Una vez me encontré en un libro de Mary McCarthy una línea de diálogo que terminaba con un “ella aseveró” y tuve que dejar de leer para coger el diccionario.
4. Nunca uses un adverbio para modificar el verbo “dijo”
Le amonestó seriamente. Usar un adverbio de esta forma (o casi de cualquier forma) es un pecado mortal. El escritor está exponiéndose a sí mismo usando una palabra que distrae e interrumpe el ritmo de la conversación. Hay un personaje en uno de mis libros que cuenta cómo él mismo solía escribir romances históricos “llenos de violaciones y adverbios”.
5. Mantén tus signos de exclamación controlados
Tienes permiso para no más de dos o tres por cada 100.000 palabras escritas en prosa. Claro que si tienes la habilidad para jugar con las exclamaciones como lo de Tom Wolfe, te dejo manga ancha en esto.
6. Nunca uses expresiones como “de repente”
Esta regla no requiere explicación. He notado que los escritores que usan “de repente” tienden a ejercer menos control en sus signos de exclamación.
7. Usa los dialectos con moderación
Una vez que empieces a escribir mal las palabras del diálogo y llenes una página de apóstrofes, no podrás parar.
8. Evita las descripciones detalladas de los personajes
Steinbeck lo hizo. En “Colinas como elefantes blancos” de Hemingway, ¿qué apariencia tienen el americano y la chica que le acompaña?. “Ella se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa”. Esa es toda la referencia a una descripción física en la historia.
9. No entres en detalles al describir lugares y objetos
A menos que seas Margaret Atwood y puedas pintar escenas con el lenguaje, no quieres descripciones que lleven la acción, el fluir de la historia, a un punto muerto.
10. Intenta quitar la parte que los lectores tienden a saltarse
Piensa en esas cosas que tú te saltas cuando lees una novela: esos gruesos párrafos de prosa llenos de palabras. Evítalos.

Elmore Leonard

martes, 21 de enero de 2020

7 consejos de escritura de Stephen King


7 consejos de escritura de Stephen King

Resultado de imagen para stephen king
1. Vete al grano
No malgastes el tiempo de tus lectores con demasiada historia previa, extensas introducciones o largas anécdotas sobre tu vida. Reduce el ruido. Reduce el balbuceo. Vete al grano rápido antes de que tu lector pierda la paciencia y abandone la lectura.
2. Escribe un borrador, luego déjalo reposar
Escribe tu primer borrador del tirón y luego guárdalo en un cajón para que descanse. La longitud de este descanso puede variar desde semanas hasta años, pero déjalo antes de releerlo y reescribirlo.
Esto te dará cierta distancia con respecto al texto y será más fácil modificar, añadir o cortar de forma implacable, dando como resultado, la mayoría de las veces, un texto mejor.
3. Reduce tu texto
Cuando realices la revisión de tu texto, olvídate de esas cosas a las que les tienes cariño y elimina todas las frases y palabras superfluas. Al eliminar, limpiarás tu texto y con frecuencia conseguirás un mensaje más claro y golpes emocionales más intensos.
Ojo, tampoco te pases reduciendo o puedes lograr el efecto contrario. Según Stephen King, lo ideal es cortar el 10% del texto original. Le dieron este consejo en una carta en la que rechazaban uno de sus trabajos, y empezó a seguirlo con bastante éxito.
4. Sé auténtico y honesto
Una de las formas de conseguirlo es tener una voz honesta y personajes honestos con sus cosas buenas y sus cosas malas. Los personajes que pueden relacionarse con todos sus defectos, pasiones, miedos, debilidades y bondades, son más humanos y conectan con el lector.
Otra forma de lograr esa autenticidad es a través del lenguaje, del estilo. No hace falta emplear un vocabulario innecesariamente complicado para comunicarse y transmitir una historia.
5. No te preocupes demasiado por el qué dirán
Está claro que todos necesitamos las opiniones de otros y que escribimos para los lectores, por tanto es normal que nos guste que lean nuestros textos y que nos digan lo que les ha parecido. Pero con moderación.
Por supuesto, nunca te tomes las críticas como algo personal. Si uno hace demasiado caso a las críticas, al final no logrará más que empeorar su escritura.
6. Lee mucho
Cuando lees, siempre aprendes, recoges cosas. A veces pueden ser muestras de cómo deberías escribir, ideas, atmósferas, técnicas, voces… O incluso cosas que deberías evitar. Si quieres ser mejor escritor, lee todo lo que puedas.
La lectura expandirá tus horizontes y tu conocimiento, te aportará experiencias e influirá en tu escritura poco a poco. Por eso es importante leer y analizar todo tipo de géneros y autores.
¿Cómo puedes conseguir más tiempo para leer? Puedes intentar ganárselo a otras actividades, como ver la televisión, o llevar siempre un libro a las salas de espera, a la cinta de correr o al baño.
7. Escribe mucho
Obviamente el último punto es el más importante: para convertirse en un buen escritor vas a tener que escribir mucho.

lunes, 20 de enero de 2020

Palabras de Gabo a Julio Cortázar


El argentino que se hizo querer por todos: palabras de Gabo a Julio Cortázar
Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en Ciudad de México, México, el 12 de febrero de 1994 en el Palacio de Bellas Artes durante la conmemoración de los diez años de la muerte de Julio Cortázar.
Resultado de imagen para Cortázar y Gabo

Redacción Centro Gabo
24 de Febrero de 2018

Fui a Praga por última vez en el histórico año de 1968, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados.
A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible.
Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: “La noche de Mantequilla”. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vedada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía el pobre boxeador en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo.
Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también las que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierno y extraño. En ambos casos fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer.
Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta, entre peloteros más mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquel era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón.
Años después, cuando ya éramos viejos amigos, creí volver a verlo como lo vi aquel día, pues me parece que se recreó a sí mismo en uno de los cuentos mejor acabados, “El otro cielo”, en el personaje de un latinoamericano en París que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo, Cortázar lo describió así: “Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija, la cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigilia.”. Su personaje andaba envuelto en una hopalanda negra y larga, como el abrigo del propio Cortázar cuando lo vi por primera vez, pero el narrador del cuento no se atrevía a acercársele para preguntarle su origen, por temor a la fría cólera con que él mismo hubiera recibido una interpelación semejante. Lo raro es que yo tampoco me había atrevido a acercarme a Cortázar aquella tarde del Old Navy, y por el mismo temor. Lo vi escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a oscurecer en la calle y guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo como el escolar más alto y más flaco del mundo. En las muchas veces que nos vimos años después, lo único que había cambiado en él era la barba densa y oscura, pues hasta dos semanas antes de su muerte parecía cierta la leyenda de que era inmortal, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con que había nacido. Nunca me atreví a preguntarle si era verdad, como tampoco le conté que en el otoño triste de 1956 lo había visto, sin atreverme a decirle nada, en su rincón del Old Navy, y sé que dondequiera que esté ahora estará mentándome la madre por mi timidez.
Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resistí a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar.
Preferí seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.

Ensayo sobre «Cien años de soledad» (fragmento)


Resultado de imagen para Natalia Ginzburg y Gabo

“Hace tiempo un periódico me pidió que respondiera a la pregunta de si creía que la novela estaba en crisis, pero no respondí, porque las palabras “crisis de la novela” me parecían detestables y su sonido me sugería solamente malas novelas, ya muertas y bien muertas, cuyo destino me resultaba indiferente. Creo que pensé que no tenía sentido reflexionar tanto sobre la novela y que, si éramos o habíamos sido novelistas, tal vez lo mejor era intentar escribir algunas novelas, aunque fuese para enterrarlas en un cajón en el caso de que no estuvieran vivas. Más tarde leí Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, colombiano que vive en España. (Su editor en Italia es Feltrinelli.) Desde hacía tiempo no leía nada que me impresionara tan profundamente. Si es verdad, como dicen, que la novela está muerta o a punto de morir, saludemos entonces a las últimas novelas que han venido a alegrar la Tierra.
“Sobre Cien años de soledad se ha escrito y hablado mucho, en Italia y fuera, pero a mí me gusta tanto que me da miedo que no se hable lo suficiente, que la gente la lea poco y que se pierda entre las miles de novelas que aparecen y nos llegan de todas partes. (…)
“Leer Cien años de soledad ha sido para mí como oír un toque de trompeta que me despertara del sueño. La empecé sin ganas y esperando que me expulsara. Algo atrapó mi atención y me hizo avanzar con la sensación de hacerlo por un bosque denso y verde, lleno de pájaros, serpientes e insectos. Después de leerlo me dio la sensación de haber seguido el vuelo rapidísimo e inacabable de un pájaro, en un cielo de inacabables distancias donde no había consuelo, donde no había sino la amarga y la vivificante conciencia de lo verdadero. Es la historia de una familia de un pueblo de Sudamérica. Con una estructura intrincadísima, vertiginosa y detallada se descubre el destino de los individuos, misterioso y límpido, trastornado por guerras y por hundimientos y arrastrado por la gloria y por la miseria, pero siempre igualmente libre, secreto y solitario, hasta un punto inmóvil del horizonte en el que un cielo luminoso e inmóvil acoge memorias y ruinas. Pero no voy a hablar de esta novela y no voy a intentar resumirla, pues me gusta demasiado como para comentarla en apenas unas líneas. Solo querría rogar a los que no la hayan leído que la lean sin demora. Yo he pasado dos días sin apartar realmente mi pensamiento de sus páginas, metiendo de vez en cuando la cabeza para ver los lugares y las caras de los que vivían allí, como contemplamos en silencio las huellas y escuchamos en nuestro corazón las voces de las personas a las que queremos”. (…)
Abril de 1969
Natalia Ginzburg,
Ensayos,
Barcelona: Lumen, 2009

LA UTOPÍA por Eduardo Galeano


Eduardo Galeano
Resultado de imagen para Eduardo galeano

Qué tal si deliramos por un ratito
qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia
para  adivinar otro mundo posible

El aire estará limpio de todo veneno que no provenga
de los miedos humanos y de las humanas pasiones

En las calles los automóviles serán aplastados por los perros
la gente no será manejada por el automóvil
ni será programada por el ordenador
ni será comprada por el supermercado
ni será tampoco mirada por el televisor

El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia
y será tratado como la plancha o el lavarropas

Se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez
que cometen quienes viven por tener o por ganar
en vez de vivir por vivir no más
como canta el pájaro sin saber que canta
y como juega el niño sin saber que juega

En ningún país irán presos los muchachos
que se nieguen a cumplir el servicio
sino los que quieran cumplirlo
Nadie vivirá para trabajar
pero todos trabajaremos para vivir
Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo
ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas
Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas
Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos
Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas

La solemnidad se dejará de creer que es una virtud
y nadie, nadie
tomará en serio a nadie
que no sea capaz
de tomarse el pelo

La muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes
y ni por defunción ni por fortuna
se convertirá el canalla en virtuoso caballero

La comida no será una mercancía
ni la comunicación un negocio
porque la comida y la comunicación son derechos humanos

Nadie morirá de hambre
porque nadie morirá de indigestión

Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura
porque no habrá niños de la calle
Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero
porque no habrá niños ricos
La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla
y la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla

La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas
volverán a juntarse bien pegaditas espalda contra espalda

En Argentina las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental
porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria

La santa madre iglesia corregirá algunas erratas de las tablas de Moisés
y el 6to mandamiento ordenará festejar el cuerpo

La iglesia dictará también otro mandamiento que se le había olvidado a Dios:
amarás a la naturaleza de la que formas parte

Serán reforestados los desiertos del mundo
y los desiertos del alma
Los desesperados serán esperados
y los perdidos serán encontrados
porque ellos se desesperaron de tanto esperar
y ellos se perdieron por tanto buscar

Seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan
voluntad de belleza y voluntad de justicia
hayan nacido cuando hayan nacido
y hayan vivido donde hayan vivido
sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa ni del tiempo

Seremos imperfectos
Porque la perfección seguirá siendo
el aburrido privilegio de los dioses
pero en este mundo
en este mundo chambón y jodido
seremos capaces de vivir cada día
como si fuera el primero
y cada noche
como si fuera la última.


LA CERILLA SUECA, Antón Chejov

  LA CERILLA SUECA Antón Chejov   I       En la mañana del 6 de octubre de 1885, un joven correctamente vestido se presentó en la of...