“Hace tiempo un
periódico me pidió que respondiera a la pregunta de si creía que la novela
estaba en crisis, pero no respondí, porque las palabras “crisis de la novela”
me parecían detestables y su sonido me sugería solamente malas novelas, ya
muertas y bien muertas, cuyo destino me resultaba indiferente. Creo que pensé
que no tenía sentido reflexionar tanto sobre la novela y que, si éramos o
habíamos sido novelistas, tal vez lo mejor era intentar escribir algunas
novelas, aunque fuese para enterrarlas en un cajón en el caso de que no
estuvieran vivas. Más tarde leí Cien años de soledad, de Gabriel
García Márquez, colombiano que vive en España. (Su editor en Italia es
Feltrinelli.) Desde hacía tiempo no leía nada que me impresionara tan
profundamente. Si es verdad, como dicen, que la novela está muerta o a punto de
morir, saludemos entonces a las últimas novelas que han venido a alegrar la
Tierra.
“Sobre Cien
años de soledad se ha escrito y hablado mucho, en Italia y fuera, pero
a mí me gusta tanto que me da miedo que no se hable lo suficiente, que la gente
la lea poco y que se pierda entre las miles de novelas que aparecen y nos
llegan de todas partes. (…)
“Leer Cien
años de soledad ha sido para mí como oír un toque de trompeta que me
despertara del sueño. La empecé sin ganas y esperando que me expulsara. Algo
atrapó mi atención y me hizo avanzar con la sensación de hacerlo por un bosque
denso y verde, lleno de pájaros, serpientes e insectos. Después de leerlo me
dio la sensación de haber seguido el vuelo rapidísimo e inacabable de un
pájaro, en un cielo de inacabables distancias donde no había consuelo, donde no
había sino la amarga y la vivificante conciencia de lo verdadero. Es la
historia de una familia de un pueblo de Sudamérica. Con una estructura
intrincadísima, vertiginosa y detallada se descubre el destino de los
individuos, misterioso y límpido, trastornado por guerras y por hundimientos y
arrastrado por la gloria y por la miseria, pero siempre igualmente libre,
secreto y solitario, hasta un punto inmóvil del horizonte en el que un cielo
luminoso e inmóvil acoge memorias y ruinas. Pero no voy a hablar de esta novela
y no voy a intentar resumirla, pues me gusta demasiado como para comentarla en
apenas unas líneas. Solo querría rogar a los que no la hayan leído que la lean
sin demora. Yo he pasado dos días sin apartar realmente mi pensamiento de sus
páginas, metiendo de vez en cuando la cabeza para ver los lugares y las caras
de los que vivían allí, como contemplamos en silencio las huellas y escuchamos
en nuestro corazón las voces de las personas a las que queremos”. (…)
Abril de 1969
Natalia Ginzburg,
Ensayos,
Barcelona: Lumen, 2009
Ensayos,
Barcelona: Lumen, 2009
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