Nunca
hubo alguna vez
Carmen
Naranjo
Nunca
hubo alguna vez, me dijiste aquella tarde casi a las seis, y yo te conteste:
sos un puro mentiroso, siempre hay alguna vez, hoy, ayer, mañana, porque el
tiempo juega constantemente a alguna vez.
Entonces
pensé: una vez es como crear el mundo. Es decir, no había nada, ni ciudad, ni
casa, ni familia, ni amigos, ni la dirección de tu casa, ni esa maldita de tu
bici que tanto te importa. Es inventar todo de nuevo, así tanto, con la audacia
de quien se siente inventor de lo que existe. Vaya atrevimiento.
Hay
siempre alguna vez en que se abre una puerta y aparece alguien con cara de
conejo. Apareciste vos aquella vez, que fue una vez, aunque te dé la gana
negarlo ahora porque estas furioso y tenés cara de conejo bravo, bravísimo,
tanto, que olés a mono.
Mamá,
cuando esta tan furiosa como vos, me dice que soy atrasada mental, harta de que
la llamen para decirle que no me entra la escritura porque escribo maamamasa,
en lugar de esa estupidez de mamá amasa la masa. Lo único que ella amasa es a
mí a punta de golpes y regañadas, también pellizcos para decir la verdad
completa.
No
te enojes tanto, no hay derecho, todos metemos las de andar alguna vez y te
aseguro que lo hice sin querer. Si te digo cara de conejo, no es que me burle,
me encantan los conejos y la forma en que mueven la nariz, igual a vos,
igualito. Está bien, hace como que no conoces porque sabes muy bien que todo
fue cierto y una vez en que fue diferente y hasta me querías.
Sabes
el cambio de barrio me cayó bien. En el que vivía antes tenía fama de tortera y
mamá de mala madre. Yo no tuve la culpa de los vidrios que se quebraron en la
iglesia, que de por sí ya estaban viejos y eran tan oscuros que adentro no se
podía ver nada. Mamá dijo que ella no podía pagar los daños por falta de plata,
lo que era cierto, en ese tiempo pagaba a plazos el televisor y dos veces
vinieron con amenazas de quitárselo. Y para sacárselos de encima, les dijo: si esta
mocosa fue la culpable, pues que ella responda y descuente en la cárcel su
culpa, yo no tengo nada que ver con sus andanzas en la calle. Y se enojó tanto
que hasta palabrotas les dijo, vos sabes esas que decimos a diario y de
repente, así no más porque se nos antoja, resultan como insultos y te apodan
malhablada con marca de flechazo, que pendejada y vos sin saber cómo
defenderte.
Y aquí nos vinimos y yo
me sentí como recién nacida y cuando me preguntaron cómo me llamaban de veras
que quería responder Katia, como se llamaban dos compañeras machas del otro
barrio, pero no me atreví porque aquí la mayoría se llamaba Karen, y yo con el
simple y ridículo nombre de Josefina, que se hace tan fácil Chepafina,
Chepabarata, Chepachapa y Chepalina, como decías cuando me cargabas en la barra
de la bici con esa insistencia de que aprendiera a manejarla porque estabas
dispuesto a prestármela cuando no la ocuparas. Puras mentiras de fachento,
ahora lo descubrí bien adentro, porque en el fondo estoy resentida con el
resentimiento de quien se siente víctima de tus fachentadas.
Pero, a pesar de que
digas que no hubo alguna vez y yo me imaginara todo, sé de cierto que no era
jabón para tus manos de jabonero porque me dolió con dolor que no comprendieras
que hay cosas que se hacen sin intención, por pura mala suerte y que sucede lo
peor ante la esperanza de lo mejor, como cuando te matas por dibujar un
triángulo y la maestra con cara de ogro te acusa de que es un rectángulo y vos
no podés determinar cuándo y cómo se metió la cuarta raya. Así me pasó. Que
bruta de optimista soy yo. Pensé que te preocuparías por mi blusa rota y el
chichón que me sangraba en la mente. Nada, solo hiciste el gesto de mejor no
haberte conocido nunca.
Y
me habías conocido antes,
cara de conejo egoísta, ; piensa
y piensa en lechugas solo para él y a los demás que los parta un rayo, ese rayo
exclusivo, fulminante, como dice mi abuela, la exageración en persona y afirma que es mejor morirse de un patatús
cuando es bien bonito morirse poco a poco y ver las lágrimas de los demás mientras
en una cama bien arreglada te despedís
con discurso de último momento en que recalcas que te vas en un viaje largo
para nunca volver. Mi abuela cada navidad hace el discurso de que nunca más
estaremos juntas en otra navidad igual, porque ella achacosa y con esa asma de
pitos cuando llueve o hace calor o se enfría del pecho, apenas si llegara al próximo
julio en que llueve cundido desde temprano. Algún día se cumplirá lo de la
abuela, pero este año no, ya estamos en octubre y ahí va con su asma a cuestas.
Sé
que no te interesa, pero había pensado en que regalarte para mi cumpleaños,
porque yo hago las cosas al revés, cuando deben darme doy, un foco para atrás, grande
para que todos vieran donde ibas con toda tu pretensión que no cabe en un puño
entero. Ahora no te voy a dar nada, de
por si decís que nunca hubo una vez y me tratas como si no me conocieras,
cuando muy bien sé que me querés y hasta un beso me hubieras dado si no quito a
tiempo la cara por puro miedo a tu nariz de conejo y a su cosquilleo. También
de por si no hubiera servido el tal foco trasero.
Y
para que sepas lo que pasó, según mi versión, que es la versión de la víctima,
voy a contarte los detalles y hacer mi propia defensa. Las cosas que sucedieron
fueron parte del destino, porque uno nace tortero y muere tortero. Yo no quería
andar en bici, me bastaba seguirte en mis patines, inventar mi propia bocina y
creer que iba a una velocidad de superestrella. Vos fuiste el que me rogo que
lo hiciera. Maldita hora en que me deje embaucar. Aprendí mal manejar porque
vos me decías que lo hacía perfecto y te daban risa mis luchas con el
equilibrio y aquel malmatarme con los frenos que tocaba de repente y me dejaban
en el suelo con raspaduras que no hubiera deseado ni a mi maestra. Cuando te
dije: ahora sí, ya no tengo miedo, hasta me diste un empujón, sin saber que yo había
decidido no usar esos malditos frenos que siempre me desmontaban como si la
bici fuera un potro a punto de domar. Evadí, con habilidad de manivela, dos
autos con aires de pantera, pero al camión sí que no pude, ocupaba toda la
calle. Vi al chofer con cara de espanto, diciendo que me apartara, pero no
pude, te lo juro que no pude, porque hasta ganas de vomitar me dieron. Entonces
frené, frente a frente, separados por milímetros, y entonces, casi por milagro
y porque mi ángel de la guarda es un tipo ejecutivo y eficiente, me clavé por
encima de las enormes ruedas y caí como se caen las guayabas maduras en la tapa
del motor que hervía. Te acordás, era un día de mucho sol, pero ya vos no te
acordás de nada, cara de conejo ingrato, porque solo viste, como cualquier egoísta
graduado en altanería tu pobre bici diferentísima, con las manivelas bizcas y
las dos ruedas tan planas como si no hubieran sido nunca ruedas. Los focos y el
espejo eran un puño de cristales que cualquier escoba podía barrer en un
montoncito. El asiento parecía comido de ratones con los resortes que aun
temblaban, los únicos chunches que podían servir de lo que fue en tu historia
personal la bici que te trajo el niño, después de mucho pedir y de mucho sonar.
Y
cuando llegaste, mientras la gente, la buena gente me daba espíritu de azahar,
me tranquilizaba y me consolaba conque era un milagro que estuviera viva, vos,
cara de conejo con lágrimas en los ojos, recogías pedazo a pedazo lo
inservible, y te volviste con furia de ganso impertinente a decirme no te
quiero ver más en mi vida y olvídate de que hubo alguna vez, porque nunca hubo
alguna vez. Y cuando dijiste lo último, a manera de escupida, sentí hasta tu
saliva salpicar mi cara.
Sigo
insistiendo en verte cara a cara, conejo de mi esperanza, aunque cruces la
acera, aunque me desconozcas en el parque, aunque me trates como si no nos conociéramos,
aunque te empeñes en demostrarme que nunca hubo alguna vez.
Por
eso te escribo esta carta, cara de conejo disfrazado, porque de conejo no tenés
cosa que se parezca, salvo ese aleteo de tu nariz grandota huele que huele lo
que no te importa, para decirte, confesarte si se quiere que me dolieron las
raspaduras, los chichones, la sangre que me salió por la nariz, el diente que perdí,
el de adelante que mi mamá dice que costará miles de pesos reemplazármelo para
que no me vea la gente como de pura raza en la más penuria pobreza. Pues sí, lo
que más me dolió fue la bici, la verdad, más desgraciada era que yo, también
estaba orgullosa de ella y de que, entre su dueño y yo, hubiera algo así, como
hubo alguna vez.
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