viernes, 11 de marzo de 2022

NUNCA HUBO ALGUNA VEZ, Carmen Naranjo

 

Nunca hubo alguna vez

Carmen Naranjo

 


Nunca hubo alguna vez, me dijiste aquella tarde casi a las seis, y yo te conteste: sos un puro mentiroso, siempre hay alguna vez, hoy, ayer, mañana, porque el tiempo juega constantemente a alguna vez.

Entonces pensé: una vez es como crear el mundo. Es decir, no había nada, ni ciudad, ni casa, ni familia, ni amigos, ni la dirección de tu casa, ni esa maldita de tu bici que tanto te importa. Es inventar todo de nuevo, así tanto, con la audacia de quien se siente inventor de lo que existe. Vaya atrevimiento.

Hay siempre alguna vez en que se abre una puerta y aparece alguien con cara de conejo. Apareciste vos aquella vez, que fue una vez, aunque te dé la gana negarlo ahora porque estas furioso y tenés cara de conejo bravo, bravísimo, tanto, que olés a mono.

Mamá, cuando esta tan furiosa como vos, me dice que soy atrasada mental, harta de que la llamen para decirle que no me entra la escritura porque escribo maamamasa, en lugar de esa estupidez de mamá amasa la masa. Lo único que ella amasa es a mí a punta de golpes y regañadas, también pellizcos para decir la verdad completa.

No te enojes tanto, no hay derecho, todos metemos las de andar alguna vez y te aseguro que lo hice sin querer. Si te digo cara de conejo, no es que me burle, me encantan los conejos y la forma en que mueven la nariz, igual a vos, igualito. Está bien, hace como que no conoces porque sabes muy bien que todo fue cierto y una vez en que fue diferente y hasta me querías.

Sabes el cambio de barrio me cayó bien. En el que vivía antes tenía fama de tortera y mamá de mala madre. Yo no tuve la culpa de los vidrios que se quebraron en la iglesia, que de por sí ya estaban viejos y eran tan oscuros que adentro no se podía ver nada. Mamá dijo que ella no podía pagar los daños por falta de plata, lo que era cierto, en ese tiempo pagaba a plazos el televisor y dos veces vinieron con amenazas de quitárselo. Y para sacárselos de encima, les dijo: si esta mocosa fue la culpable, pues que ella responda y descuente en la cárcel su culpa, yo no tengo nada que ver con sus andanzas en la calle. Y se enojó tanto que hasta palabrotas les dijo, vos sabes esas que decimos a diario y de repente, así no más porque se nos antoja, resultan como insultos y te apodan malhablada con marca de flechazo, que pendejada y vos sin saber cómo defenderte.

Y aquí nos vinimos y yo me sentí como recién nacida y cuando me preguntaron cómo me llamaban de veras que quería responder Katia, como se llamaban dos compañeras machas del otro barrio, pero no me atreví porque aquí la mayoría se llamaba Karen, y yo con el simple y ridículo nombre de Josefina, que se hace tan fácil Chepafina, Chepabarata, Chepachapa y Chepalina, como decías cuando me cargabas en la barra de la bici con esa insistencia de que aprendiera a manejarla porque estabas dispuesto a prestármela cuando no la ocuparas. Puras mentiras de fachento, ahora lo descubrí bien adentro, porque en el fondo estoy resentida con el resentimiento de quien se siente víctima de tus fachentadas.

Pero, a pesar de que digas que no hubo alguna vez y yo me imaginara todo, sé de cierto que no era jabón para tus manos de jabonero porque me dolió con dolor que no comprendieras que hay cosas que se hacen sin intención, por pura mala suerte y que sucede lo peor ante la esperanza de lo mejor, como cuando te matas por dibujar un triángulo y la maestra con cara de ogro te acusa de que es un rectángulo y vos no podés determinar cuándo y cómo se metió la cuarta raya. Así me pasó. Que bruta de optimista soy yo. Pensé que te preocuparías por mi blusa rota y el chichón que me sangraba en la mente. Nada, solo hiciste el gesto de mejor no haberte conocido nunca.

Y me  habías conocido  antes,  cara de conejo  egoísta, ; piensa y piensa en lechugas solo para él y a los demás que los parta un rayo, ese rayo exclusivo, fulminante, como dice mi abuela, la exageración en  persona y afirma que es mejor morirse de un patatús cuando es bien bonito morirse poco a poco y ver las lágrimas de los demás mientras en una cama bien   arreglada te despedís con discurso de último momento en que recalcas que te vas en un viaje largo para nunca volver. Mi abuela cada navidad hace el discurso de que nunca más estaremos juntas en otra navidad igual, porque ella achacosa y con esa asma de pitos cuando llueve o hace calor o se enfría del pecho, apenas si llegara al próximo julio en que llueve cundido desde temprano. Algún día se cumplirá lo de la abuela, pero este año no, ya estamos en octubre y ahí va con su asma a cuestas.

Sé que no te interesa, pero había pensado en que regalarte para mi cumpleaños, porque yo hago las cosas al revés, cuando deben darme doy, un foco para atrás, grande para que todos vieran donde ibas con toda tu pretensión que no cabe en un puño entero.  Ahora no te voy a dar nada, de por si decís que nunca hubo una vez y me tratas como si no me conocieras, cuando muy bien sé que me querés y hasta un beso me hubieras dado si no quito a tiempo la cara por puro miedo a tu nariz de conejo y a su cosquilleo. También de por si no hubiera servido el tal foco trasero.

Y para que sepas lo que pasó, según mi versión, que es la versión de la víctima, voy a contarte los detalles y hacer mi propia defensa. Las cosas que sucedieron fueron parte del destino, porque uno nace tortero y muere tortero. Yo no quería andar en bici, me bastaba seguirte en mis patines, inventar mi propia bocina y creer que iba a una velocidad de superestrella. Vos fuiste el que me rogo que lo hiciera. Maldita hora en que me deje embaucar. Aprendí mal manejar porque vos me decías que lo hacía perfecto y te daban risa mis luchas con el equilibrio y aquel malmatarme con los frenos que tocaba de repente y me dejaban en el suelo con raspaduras que no hubiera deseado ni a mi maestra. Cuando te dije: ahora sí, ya no tengo miedo, hasta me diste un empujón, sin saber que yo había decidido no usar esos malditos frenos que siempre me desmontaban como si la bici fuera un potro a punto de domar. Evadí, con habilidad de manivela, dos autos con aires de pantera, pero al camión sí que no pude, ocupaba toda la calle. Vi al chofer con cara de espanto, diciendo que me apartara, pero no pude, te lo juro que no pude, porque hasta ganas de vomitar me dieron. Entonces frené, frente a frente, separados por milímetros, y entonces, casi por milagro y porque mi ángel de la guarda es un tipo ejecutivo y eficiente, me clavé por encima de las enormes ruedas y caí como se caen las guayabas maduras en la tapa del motor que hervía. Te acordás, era un día de mucho sol, pero ya vos no te acordás de nada, cara de conejo ingrato, porque solo viste, como cualquier egoísta graduado en altanería tu pobre bici diferentísima, con las manivelas bizcas y las dos ruedas tan planas como si no hubieran sido nunca ruedas. Los focos y el espejo eran un puño de cristales que cualquier escoba podía barrer en un montoncito. El asiento parecía comido de ratones con los resortes que aun temblaban, los únicos chunches que podían servir de lo que fue en tu historia personal la bici que te trajo el niño, después de mucho pedir y de mucho sonar.

Y cuando llegaste, mientras la gente, la buena gente me daba espíritu de azahar, me tranquilizaba y me consolaba conque era un milagro que estuviera viva, vos, cara de conejo con lágrimas en los ojos, recogías pedazo a pedazo lo inservible, y te volviste con furia de ganso impertinente a decirme no te quiero ver más en mi vida y olvídate de que hubo alguna vez, porque nunca hubo alguna vez. Y cuando dijiste lo último, a manera de escupida, sentí hasta tu saliva salpicar mi cara.

Sigo insistiendo en verte cara a cara, conejo de mi esperanza, aunque cruces la acera, aunque me desconozcas en el parque, aunque me trates como si no nos conociéramos, aunque te empeñes en demostrarme que nunca hubo alguna vez.

Por eso te escribo esta carta, cara de conejo disfrazado, porque de conejo no tenés cosa que se parezca, salvo ese aleteo de tu nariz grandota huele que huele lo que no te importa, para decirte, confesarte si se quiere que me dolieron las raspaduras, los chichones, la sangre que me salió por la nariz, el diente que perdí, el de adelante que mi mamá dice que costará miles de pesos reemplazármelo para que no me vea la gente como de pura raza en la más penuria pobreza. Pues sí, lo que más me dolió fue la bici, la verdad, más desgraciada era que yo, también estaba orgullosa de ella y de que, entre su dueño y yo, hubiera algo así, como hubo alguna vez.

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