BETSY
Rubem Fonseca
Betsy esperó el
regreso del hombre para morir.
Antes del viaje, él
había notado que Betsy mostraba un apetito extraño. Después aparecieron otros
síntomas, excesiva ingestión de agua, incontinencia urinaria. El único problema
de Betsy era la catarata en uno de los ojos. A ella no le gustaba salir, pero
antes del viaje había entrado inesperadamente con él en el elevador y pasearon
por la orilla de la playa, algo que ella nunca había hecho.
El día que el hombre
llegó, Betsy tuvo el desvanecimiento y permaneció sin comer, acostada en la
cama con el hombre. Los especialistas que consultaron dijeron que no había nada
que hacer. Betsy sólo salía de la cama para beber agua.
El hombre permaneció
con Betsy en la cama durante toda su agonía, acariciando su cuerpo, sintiendo
con tristeza la flacura de sus piernas. El último día, Betsy, muy quieta, los
ojos azules abiertos, clavó la mirada en el hombre con la misma mirada de
siempre, que indicaba el alivio y el placer producidos por su presencia y sus
caricias. Comenzó a temblar y él la abrazó con más fuerza. Al sentir sus
miembros fríos, el hombre acomodó a Betsy en una posición más cómoda en la
cama. Entonces ella extendió el cuerpo, como si se desperezara, y volvió la
cabeza hacia atrás, en un gesto lleno de languidez. Después estiró el cuerpo
aún más y suspiró, una exhalación fuerte. El hombre pensó que Betsy había
muerto. Pero algunos segundos después emitió otro suspiró. Horrorizado por su
meticulosa atención el hombre contó, uno a uno, todos los suspiros de Betsy.
Con el intervalo de algunos segundos exhaló nueve suspiros iguales, con la
lengua de fuera, colgando de lado en la boca. Luego empezó a golpearse la
barriga con los dos pies juntos, como lo hacía ocasionalmente, sólo que con más
violencia. En seguida quedó inmóvil. El hombre pasó la mano con suavidad por el
cuerpo de Betsy. Ella aflojó y estiró los miembros por última vez. Estaba
muerta. Ahora, el hombre lo sabía, estaba muerta.
El hombre pasó la
noche entera despierto al lado de Betsy, acariciándola con cuidado, en
silencio, sin saber qué decir. Habían vivido juntos dieciocho años.
Por la mañana, la
dejó en la cama y fue a la cocina y preparó un café. Fue a tomar el café a la
sala. La casa nunca había estado tan vacía y triste.
Por fortuna el hombre
no había tirado la caja de cartón de la licuadora. Volvió al cuarto.
Cuidadosamente, colocó el cuerpo de Betsy dentro de la caja. Con la caja bajo
el brazo caminó hacia la puerta. Antes de abrirla y salir, se secó los ojos. No
quería que lo vieran así.
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