EL
OBJETIVO DEL ESCRITOR
Guy de Maupassant
La meta (del escritor
serio) no es contarnos una historia, no conmovernos o divertirnos, sino
hacernos pensar y llevarnos a entender el sentido oculto y profundo de los
hechos. Dado que ha observado y meditado, el escritor aprecia el universo, los
objetos, los hechos y los seres humanos de una manera personal que es el
resultado de combinar sus observaciones y reflexiones. Lo que trata de
comunicarnos es esta visión personal del mundo, reproducida en su ficción. A
fin de conmovernos como él ha sido conmovido por el espectáculo de la vida,
debe reproducirlo ante nuestros ojos con escrupulosa exactitud. Debe componer
su obra con tal sagacidad, con tal disimulo y aparente simplicidad, que sea
imposible descubrir su plan o percibir sus intenciones.
En lugar de urdir una
aventura y desliarla de modo que sea interesante de principio a fin, el
escritor deberá partir de un momento determinado en la existencia de sus
personajes y conducirlos a través de transiciones naturales hasta el período
siguiente. Ha de mostrar cómo las mentes cambian bajo el influjo de las
circunstancias del ambiente, y cómo se desenvuelven los sentimientos y las
pasiones. De tal modo, mostrará nuestros amores, nuestros odios, nuestras
luchas, en toda suerte de condiciones sociales, y cómo los intereses —sociales,
financieros, políticos y personales— compiten entre sí.
La inteligencia del
escritor en la creación de su trama residirá, entonces, no en el uso de lo
sentimental o lo encantador, en un inicio fascinante o una catástrofe emotiva,
sino en la combinación ingeniosa de pequeños detalles constantes de los que el
lector habrá de comprender un sentido definitivo en la obra… (El autor) deberá
saber cómo eliminar, de entre los minúsculos e innumerables detalles
cotidianos, todos los que le sean inútiles; debe subrayar aquellos que hayan
escapado a la atención de observadores menos acuciosos, aquellos que dan a la
historia su efecto y valor en tanto ficción.
Un escritor hallaría
imposible describir todo lo que hay en la vida, púes precisaría de un volumen
diario para enlistar la multitud de incidentes sin importancia que llenan
nuestras horas.
Cierta selectividad
se hace indispensable… lo que representa el primer revés para la teoría de la
“completa verdad” (de la literatura realista).
La vida, además, está
compuesta de los elementos más impredecibles, dispares y contradictorios. Es
brutal, inconsecuente y desmadejada, llena de catástrofes inexplicables,
ilógicas.
He aquí por qué el
escritor, una vez escogido su tema, ha de tomar del caos de la vida, entorpecida
por riesgos y trivialidades, sólo los detalles útiles para su asunto y omitir
el resto.
Un ejemplo entre mil.
El número de seres humanos que mueren cada día en el mundo a causa de algún
accidente es considerable. Pero ¿nos es dable dejar caer una teja en la cabeza
de nuestro protagonista, o arrojarlo bajo las ruedas de una carreta, a medias
de la narración, con la excusa de que es indispensable incluir un accidente?
La vida puede
permitirse omitir diferencias, o bien acelerar ciertos hechos y posponer otros.
La literatura, por su parte, presenta hechos inteligentemente orquestados y
transiciones ocultas, incidentes esenciales realizados por la sola habilidad
del escritor. Cuando el autor da a cada detalle su exacta tonalidad, acorde con
su importancia, produce la honda impresión de la verdad particular que desea
hacer resaltar.
Para que las cosas
parezcan reales en la página se debe procurar la más completa ilusión de
realidad a través de seguir el orden lógico de los hechos y no mediante la
transcripción rigurosa de la desordenada sucesión del acontecer cronológico de
la vida.
Mi conclusión, a
partir de este análisis, es que los escritores que se llaman a sí mismos
realistas, deberían, más bien, nombrarse ilusionistas.
Cuán pueril es, más
aún, creer en una realidad absoluta, pues cada uno lleva la suya propia en sus
pensamientos y sus sentidos. Nuestros ojos, nuestros oídos, nuestro olfato,
nuestro gusto, crean tantas verdades como individuos hay. Nuestras mentes, en
las que la información captada por los sentidos ha dejado huellas diversas,
comprenden, analizan y juzgan como si cada uno de nosotros perteneciese a una
raza distinta.
Así, cada quien crea,
individualmente, una ilusión personal del mundo, que puede ser poética,
sentimental, gozosa, melancólica, sórdida o frágil, de acuerdo con nuestras
naturalezas. La meta del escritor es reproducir fielmente esta ilusión de
realidad mediante el uso de todas las técnicas literarias a su alcance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario