INSTANTÁNEA, HARVEY CEDARS, 1948
Paul Lisicky (Estados Unidos, 1959)
(Traducción de Mª Teresa Díez Taboada)
Mi madre se
toca la frente y deja en sombra sus ojos verdes. La boca es rosada, el pelo
rubio como el trigo. Está bronceada. Es la mujer más bonita de la playa, aunque
es la única que no lo reconoce nunca. Se envuelve el esbelto cuerpo con un
albornoz y hace una mueca, porque cree que sus caderas son como una campana.
Aún ahora está calculando y esperando oír el chasquido del cierre de la máquina
de fotos.
Los brazos
de mi padre la sujetan fuertemente por los hombros. Es musculoso y con el
estómago plano como una sartén. Mira hacia adelante y aparenta estar con mi
madre, pero está ya en Florida, edificando nuevas ciudades, drenando manglares
muertos llenos de arena. Se imagina construyendo, construyendo. Estará sano.
Tendrá buena suerte. Y, en años futuros, como sus compañeros del ejército, se
habrá vuelto blando y afeminado, todo se le volverá duro trabajo, pero la gente
recordará su nombre.
Los hombros
se tocan. La postura dice: así es como se supone que deben ser las parejas
jóvenes. Obsérvenlos, son felices. Pero la cabeza de mi madre está ladeada.
¿Qué está mirando? ¿Mira al jugador de tenis que está junto a la ducha, al aire
libre, el de las manos suaves, el que le enseñó a olvidar las cosas?, ¿o quizá
ya oye el disparo del revólver que mi padre apretará contra su sien veinte años
después?
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