lunes, 15 de junio de 2020

CRÓNICA Y REPORTAJE, Daniel Samper Pizano



Crónica y reportaje
El reportaje moderno en Colombia
Daniel Samper Pizano



La llamada "crónica" era un terreno de incierta geografía donde se ubicaban varios y diferentes géneros periodísticos. Los primeros cronistas fueron historiadores de tono menor que relataron la conquista y colonia de las Indias en versiones donde se mezclaban mitos, verdades, acontecimientos trascendentales y chismes de parroquia. Modelo de crónicas, El Carnero de Juan Rodríguez Freyre. Más tarde, y por asimilación a este género, se siguió llamando también "crónica" a los relatos breves, ágiles y sin pretensiones que contaban algún suceso del pasado, general-mente de poca monta pero con mucho contenido humano. Maestro de este tipo de crónicas fue Camilo Pardo Umaña. Una tercera acepción de la palabra se ha utilizado también para designar cierto tipo de ensayos ligeros, de corte literario, como los que integran el volumen Crónicas de Luis Tejada. Y, con el transcurso de los años, la crónica ha llegado a ser –en lo que sería un cuarto significado– una modalidad periodística que algunos profesores tratan de separar minuciosamente del reportaje.

No vale la pena entrar en demasiadas consideraciones, definiciones y anotaciones para tratar de distinguir entre reportaje y entrevista y crónica y reportaje. Tampoco se justifica elaborar una lista de características de uno y otro género que permita examinar los materiales de dudosa ubicación a fin de localizarlos, como haría un botánico con dos hojas parecidas, en su respectivo lugar. Es preferible referirse a las diferencias que existen en los extremos, más que caer en la trampa de clasificar lo que se halla en la desdibujada zona media.

La entrevista, en cambio, se construye dentro del rigor de unas preguntas y unas respuestas. Es posible que muchas veces de allí se obtenga una idea completa del entrevistado o el hecho que éste relata y que, incluso, las respuestas sirvan para penetrar en el interior del persona-je, como ocurre en la excelente y famosa entrevista que le hizo la revista Ercilla, de Chile, al entonces candidato presidencial Salvador Allende. Pero la entrevista, por ser el ejercicio extenso e intenso de una sola técnica periodística –hacer preguntas, obtener respuestas y limitarse a presentar escuetamente unas y otras–, no permite la intromisión de otros elementos como descripciones, anotaciones impresionistas, creación de suspensos, etc. La entrevista es una técnica que ha de usarse, principalmente, cuando el énfasis del material radica en el contenido de lo que responde el entrevistado, y las circunstancias o ambiente en que se desarrolla no resultan especialmente relevantes.

Es preciso darse cuenta de que, antes de terminar el siglo XIX, ya se había producido en el periodismo norte-americano la primera gran revolución del periodismo moderno: el amarillismo. Con todos sus defectos, entre los cuales no fueron extraños la falta de ética, la demagogia y la irresponsabilidad, el llamado periodismo amarillo sacudió   prensa norteamericana y ejerció un influjo en la de todo el mundo, que aún se prolonga. Dos grandes periodistas, como fueron Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, desarrollaron la feroz batalla por conquistar a los lectores, que se tradujo en memorables excesos, como la guerra entre Estados Unidos y España, pero también en una atención al rescate de los grandes temas humanos: "Los redactores de Hearst (y para el caso también los de Pulitzer) trataban de hacer resaltar el hecho más sensacional y pintoresco en el primer párrafo de su información: el amor, el poder, el odio o la compasión eran los temas preferidos".

Los ecos del periodismo amarillo llegaron al colombiano y se manifestaron en el tímido deseo de trabajar más los temas humanos. Gracias a ello, se abrió un poco la rígida estructura de la entrevista –que era la única técnica entonces aplicada para los materiales de comunicación con personajes–, y la crónica dispuso su predilección por la pequeña historia y los temas menores. Ya estaban los genes básicos para que se produjera el nacimiento de una nueva forma de periodismo más apropiada para tratar temas y hechos humanos.

Pero el reportaje moderno no se habría desarrolla-do si no hubiera sido por la influencia catalizadora –directa e indirecta– del cine. El cine no sólo se levantó durante el siglo XX como un arte distinto y original, sino que ha permeado con sus técnicas a la literatura, al teatro y al periodismo. El montaje cinematográfico significó una ruptura total con las secuencias cronológicas lógicas, si se permite la expresión, agilizó las escenas, dinamizó la manera de contar las historias. Fuera de eso, y sin negar las posibilidades personales ni los estilos del director, lo eliminó como comentarista obvio de situaciones. Si el director de cine quiere comentar el material que está relatando al lector, ya no puede hacerlo con la frescura con que lo hacía el narrador literario, sino que debe acudir a formas sofisticadas: la luz, el detalle en primer plano, el montaje, el sonido, etc. El resultado es haber dejado al descubierto la acción congeladora del comentario.

El reportaje es un género relativamente reciente en Colombia. El periodismo nacional no despierta a este tipo de trabajos sino prácticamente en el decenio del 50. Antes de ella es posible encontrar algunos trasuntos: entrevistas con elementos de reportaje, crónicas con visos de reportaje, noticias directas que recibían un tratamiento narrativo.

Pero la entrada franca del reportaje moderno se produce con una generación de periodistas que reúnen las condiciones para impulsar el género. Son personas a quienes interesa más la reportería que la columna personal, que han crecido bajo la influencia del cine, que han leído a los novelistas norteamericanos, con su tremendo impacto de doble vía sobre el periodismo, y que, sobre todo, conocen el valor de un modelo llamado Ernest Hemingway. Es curioso encontrar en casi todos los miembros de esa gran camada de reporteros ciertas características comunes, como las de una cultura superior a la del promedio en el oficio, una vocación por la narrativa contemporánea y un especial interés por el cine. Varios de ellos, por estas mismas razones, han escrito novelas y cuentos y algunos incluso se metieron de lleno en el campo de la realización cinematográfica.

De esta generación a la cual se debe realmente la entronización del reportaje moderno en el periodismo colombiano, forman parte Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y Plinio Apuleyo Mendoza.

Posteriormente vendrán otras "camadas", y en las últimas es preciso señalar como hecho interesante la llegada de varias reporteras. Debido principalmente a la importancia que las facultades de Comunicación Social, pese a sus fallas, empezaban a tener en la preparación de periodistas y debido además al alto porcentaje de mujeres que egresan de esas facultades, los periódicos poco a poco vieron cómo aumentaba el número de redactoras en su nómina. La mayor parte, como digo, provenientes de facultades de Periodismo; pero otras llegadas de escuelas diferentes de la universidad o de orígenes de alguna manera relacionados con focos culturales, como la crítica de arte. Lo cierto es que las mujeres irrumpieron con un nivel de preparación académica superior al del promedio de los varones, reclutados por lo general en la radio. Esto significó la llegada de un nutrido grupo de periodistas dedicadas al reportaje, entre las cuales hay varias que compiten ventajosamente con sus colegas del sexo opuesto.

A esta misma generación pertenecen varios reporteros muy conocedores del género que trabajan y que han logrado que la atención del público se distraiga de las grandes figuras del comentario para posarse en ellos. Germán Castro Caycedo no sólo es uno de los más hábiles, sino el más conocido y el más premiado. Pero también hay nombres como los de Juan Gossaín, Héctor Rincón, Javier Ayala, Henry Holguín, que han rescatado la importancia del "carga–ladrillos", del reportero de planta.

LAS FASES DEL REPORTAJE

Todo reportaje es una suma de trabajos y determinaciones en la cual hay tres etapas fundamentales. La primera, el trabajo investigativo puro y simple. La segunda, la decisión de qué técnicas se utilizarán para el enfoque final del material. La tercera, el proceso de redacción y edición del mismo.

Esa labor de reportería incluye numerosos aspectos y problemas, cuya índole y cantidad están determinadas por las características del tema. El reportero debe observar no sólo los puntos fundamentales de la investigación que realiza, sino también saber captar –para poderlo recrear después– el ambiente de la escena, los detalles del suceso, el rasgo revelador del personaje. Esto exige una variedad de cualidades en él entre las cuales la astucia y la psicología son principales. El reportero, decía sagazmente un comentario de The New York Times, "debe ser suficientemente agresivo como para preguntarle a una viuda acongojada si le disparó o no a su marido, en el caso en que haya una posibilidad en un millón de que diga que sí. Debe saber analizar los caracteres. Debe saber cuándo alguien que dice que no puede hablar está muriéndose de las ganas de hacerlo. Debe ser capaz de escuchar y, si es preciso, tomar notas mentales cuando la vista de una libreta y un lápiz puede paralizar a la fuente. Debe gastar horas interminables siguiendo pistas que no conducen a nada, en la confianza de que la próxima será fructífera. El reportero debe ser una mezcla de agresividad, modestia, introspección y obsesión delirante por los pequeños detalles".

El escándalo de Watergate demostró toda la trascendencia que puede tener una eficaz labor de reportería, y probó una vez más que la curiosidad y la insistencia son las mejores armas del reportero. El periodista Richard Reeves comentaba acerca de los dos reporteros que se convirtieron en los causantes principales de la caída del presidente Richard Nixon: "La reportería con frecuencia no es más que buenas piernas, y Woodward y Bernstein demostraron que tienen las mejores piernas del oficio".3 El hecho de que hubieran interrogado a 394 personas con el fin de recoger datos para su libro "Los días finales" es una elocuente muestra.

Una buena investigación y una observación inteli-gente de detalles y situaciones constituyen buen punto de partida para el reportaje. Otros reporteros ofrecen consejos adicionales. Gay Talese, una de las más destacadas figuras del nuevo periodismo, dice lo siguiente:

"Trato de seguir a mis personajes sin entrometerme mientras los observo en situaciones reveladoras, anotando sus reacciones y las de los demás ante ellos. Intento integrar toda la escena, el diálogo y el talante, la tensión, el drama, el conflicto y luego procuro plasmarlo todo desde el punto de vista de las personas sobre las que estoy tratando, revelando incluso, cuando sea posible, el pensamiento de estos individuos mientras los describo. Esta última percepción no se logra, evidentemente, sin la total cooperación del sujeto".

Talese afirma que ciertas situaciones en las que el personaje termina por olvidarse del periodista pueden ser más reveladoras que muchas horas de entrevista, y encuentra mucha semejanza entre el reportaje moderno y el cuento.

Muchas veces, la claridad acerca de las etapas restantes de la elaboración del material –decisiones técnicas y redacción– se produce durante el proceso de investigación. Allí se ilumina en un momento dado lo que será el lead o párrafo de entrada y el punto de vista (enfoque de pronombres) que conviene utilizar en el desarrollo del reportaje. Cuando esto ocurre, resulta más fácil encaminar la investigación (así sea ella simplemente la formulación de preguntas al entrevistado) por cuanto está dirigida a alimentar los materiales que exige la determinación ya adivinada por el periodista.

De todos modos, una buena fórmula de reportería es la de ser "inquisitivo y preciso", según aconseja Harry Ferguson, veterano reportero de la United Press Internacional que cubrió varias de las noticias más importantes de este siglo. Señala Ferguson que "los mejores reportajes resultan cuando el reportero ha acumulado un material tres veces mayor del que puede usar", y añade algunos consejos más para los reporteros jóvenes: "La próxima vez que le asignen una entrevista formal, no hable sólo con el sujeto asignado; converse también con algunos de los amigos y enemigos de él". Usted tendrá más lectores si escribe acerca de gente más que de situaciones". Si logra captar firmemente a su personaje, esto brillará a través del material terminado".

Lo mismo cuando se adelanta la etapa de recolección de datos, como en el momento en que se enfrentan las decisiones y en el proceso de redacción y edición, es preciso tener en cuenta, cuando se trata de reportajes centrados en personas o personajes, que parte del sujeto es la circunstancia que lo rodea; y, cuando se trate de reportajes sobre acontecimientos, que estos se originan o repercuten en personas. Buen ejemplo de reportaje sobre un suceso es el de Gabriel García Márquez acerca de la escasez de agua en Caracas; en una inteligente decisión técnica, García Márquez coloca a un personaje como punto de referencia paralelo, con lo cual su nota gana en dinamismo y tensión.

Terminada la etapa de recolección de datos y observación de detalles, muchos reporteros saltan directa-mente al tercer momento y, sin detenerse a examinar cuál será el mejor tratamiento que pueden dar a su material proceden a redactar la nota. Buena parte de los reportajes que sortearon con éxito la primera etapa, adquieren en la segunda –por omisión o por equivocación en las decisiones– los vicios que terminarán por echarlo abajo, aun cuando cuente luego con una redacción y edición exitosas.

Son varias las preguntas que el reportero debe hacerse ante los materiales que ha acumulado antes de entrar a resolver el problema de redacción. ¿Se prestan más para emplear la técnica rígida de pregunta-respuesta con una introducción en que se presente al personaje y el medio? ¿O conviene utilizar, en forma intercalada, preguntas y respuestas con observaciones, descripciones, anotaciones de impresión? Hay materias que, aunque se investigaron formulando preguntas al personaje y obteniendo respuesta de éste, resulta más adecuado relatar narrativamente. ¿Conviene, para la ambientación o el impacto del reportaje, que el reportero entre a figurar en la nota? Si es así, ¿resulta mejor hacerlo en primera persona o en tercera? (Hay que tener en cuenta que en algunas oportunidades el ingreso del reportero como parte del reportaje resta impacto a la nota o resulta pretensioso). ¿Es más acertado presentarlo como testimonio, vale decir, relatado íntegramente por el personaje aunque con el obvio y difícil trabajo de edición que esto exige al redactor?

A veces, incluso, es necesario determinar si el material debe convertirse en reportaje, o en noticia directa. Si un reportero acude a elaborar un reportaje humano con determinado personaje, y ocurre que éste le da a conocer una noticia de mucha trascendencia, se presentan tres opciones para escoger: involucrar la noticia dentro del reportaje humano; o hacer a un lado la posibilidad del reportaje humano y elaborar en cambio una noticia directa; o, finalmente, separar los dos elementos. Lo primero casi siempre termina por minimizar la noticia; lo segundo sacrifica el reportaje; lo tercero permite lo uno sin perjudicar lo otro. Pero hay que insistir en que estas decisiones deben hacerse ante la situación concreta y conviene muchas veces acudir al consejo del jefe de redacción.

Aparte de las determinaciones que asuma sobre las técnicas que utilizará, determinaciones estas que exigen mayor reflexión cuando se trata de materiales difíciles, el reportero debe tomar en esta etapa una decisión absolutamente clave: el párrafo de entrada o lead.

Está comprobado por las investigaciones sobre lectura de periódicos y revistas que el impacto del título es definitivo para que el lector pase a leer el comienzo del reportaje, y que el comienzo del reportaje es decisivo para que el lector continúe o no con la lectura. Personalmente pienso que todo cuidado que se le dispense al lead es poco. Un lead débil espanta a la mayoría de los lectores, que jamás llegarán a enterarse del resto del reportaje, por mejor elaborado que éste se encuentre. Un lead acertado, si bien no puede luchar contra un reportaje deficiente, al menos lanza al lector dentro del material con una fuerte inercia. Algunos reporteros se esmeran en el lead hasta la obsesión –sana obsesión, por lo demás– como Pilar Tafur y Alegre Levy. Pero la mayoría descuidan un poco este punto neurálgico del reportaje.

Sobre el lead se han intentado muchas clasificaciones y recomendaciones. Muchos textos desorientan al estudiante indicándole que el párrafo de entrada debe responder las preguntas qué, quién, cómo, dónde, cuándo y por qué. Se trata de una falacia que hay que corregir, cuyo origen radica en un juego de palabras del inglés, que insiste en las cinco W's: who (quién), where (dónde), when (cuándo), what (qué) y why (por qué), y en la indispensa-ble how (cómo). No es difícil darse cuenta de que encerrar las respuestas a estos seis interrogantes en un párrafo de entrada, las más de las veces contradice los principios de lecturabilidad según los cuales los párrafos deben ser de una brevedad que algunos recomiendan no mayor de treinta palabras.

Otros profesores se han apartado de las evidentes inconsecuencias de estos leads enciclopédicos y proponen, más bien, que en el párrafo inicial se respondan las preguntas más importantes, así no sean las cinco en cuestión.

En realidad, es preferible un enfoque netamente utilitario sobre el lead. La recomendación sería más bien la de disponer el lead en forma que atrape al lector, y tratar de que el resto del reportaje corresponda al interés que le ha creado el lead. Si para atrapar al lector conviene más acudir a alguna o algunas de las respuestas de las cinco W's, por allí debe construirse el lead. Si resulta de mayor impacto empezar con una cita, este debe ser el primer párrafo. O si, en ciertas ocasiones, una hilera de signos de interrogación, o una sola palabra resulta el mejor anzuelo, no debe vacilarse en emplearlas, teniendo en cuenta que el tremendismo es a la larga tan torpe como la falta de imaginación. Muchos reporteros acuden a la fórmula de un diálogo ficticio con el lector: "Cuando usted saca la caneca de basura a la calle nunca se imagina lo que va a suceder después". Del expediente de dirigirse al lector se abusa y echa mano en exceso por ser su uso relativamente fácil. Pero también por eso se ha desgastado y ha perdido capacidad de comunicación. Conviene, pues, emplearlo sólo en casos absolutamente recomendables.

Uno de los buenos recursos que un lead contribuye a desarrollar es el del suspenso. Bien manejado, el suspenso obliga al lector a devorarse el material. Lo importante es que al final tenga una retribución suficientemente gratificadora, pues, de lo contrario, no caerá de nuevo en la trampa.

Cómo elaborar el lead, qué técnicas emplear en el reportaje, qué punto de vista utilizar, si mezclar varios de ellos (relato montado con testimonio, por ejemplo), son algunas de las decisiones que debe estudiar y adoptar el reportero antes de pasar a la siguiente etapa: redactar.

Pocas veces se reúnen en un mismo periodista cualidades de excelente investigador, acertado aplicador de técnicas y gran redactor. Cuando se dan todas ellas, estamos ante un Hemingway, una Lilian Ross, un Hersey, un Talese, un Collins, un La Pierre. Pero es posible conservar un equilibrio de nivel entre las tres etapas. Cada vez con mayor frecuencia se acude al periodismo colectivo en que un equipo investiga y otro redacta y edita. Este tipo de trabajos resultan más aplicables para reportajes investigativos o interpretativos que para materiales de contenido humano. Pero muestran cómo es posible descomponer las funciones para obtener una nota más equilibrada. De todos modos, y aunque el material sea trabajado y escrito por una sola persona, esta puede beneficiarse de una consideración colectiva de las técnicas que debe emplear y de la edición final que reciba el material. De resto, debe obrar una materia prima irreemplazable pero susceptible de ser desarrollada, que se llama talento.

La etapa de redacción del reportaje es, por supuesto, tan importante como las anteriores. Es difícil, y no es el propósito de estas notas, señalar cómo se debe escribir. Pero al respecto puede decirse que los mejores maestros son los textos de buenos autores. Es cuestión de ósmosis. Si bien algunos consejos prácticos contribuyen a enriquecer la redacción, lo cierto es que el estilo y la capacidad de solucionar problemas técnicos menores sobre la marcha, sólo se logran cuando se desarrolle el talento para escribir, y en este proceso resulta de gran importancia la lectura de buenos reportajes, buenos cuentos, buenas novelas, así como la asistencia consciente a cine.

De todos modos, algo que sí puede señalarse es la necesidad de que marchen en la misma dirección el sentido denotativo y el connotativo del relato. En teoría de la comunicación se entiende por sentido o significado denotativo aquel que ofrece el texto en cuanto a la definición misma de las palabras; y por sentido connotativo, el que puede inferirse de la estructura del texto. El primero es un sentido lógico y el segundo un sentido emocional, que nace del ritmo del escrito, de sus propiedades musicales, de su montaje. Una mejor comunicación con el lector se consigue cuando los dos sentidos marchan paralelos.

OBJETIVIDAD

Uno de los valores periodísticos que actualmente sufre toda suerte de ataques es el de la objetividad. La objetividad se puede entender en dos sentidos: como una búsqueda de la verdad, o como un total apartamiento emocional e ideológico del periodista frente a la noticia. No hay duda de que la segunda es, al menos entre seres humanos, un mito. Toda noticia, todo reportaje, está lleno de decisiones de tipo personal del periodista, que van desde la escogencia del tema hasta el instante en que incluye un material, margina otro y organiza el primero en una forma determinada. Resulta, pues, difícil hacer total-mente a un lado los sentimientos o ideas del periodista que aunque sea en forma inconsciente influirán en su nota. El contenido de objetividad como cualidad periodística se ha renovado en el sentido de que se la entiende ahora como la actitud profesional en favor de la verdad. Algunos reporteros consideran que esta actitud no es incompatible con la violación del precepto del periodista ascético, que no toma parte ni partido ante el material. Oriana Fallaci, la famosa reportera italiana, es la más clara exponente de esta tendencia. "Yo no me siento, ni lograré sentirme jamás –dice en el prólogo a uno de sus libros– un frío registrador de lo que escucho y veo. Sobre toda experiencia profesional dejo jirones del alma, participo con aquel a quien escucho y veo como si la cosa me afectase personalmente o hubiese de tomar posición (y, en efecto, la tomo, siempre, con base en una precisa selección moral), y ante los entrevistados no me comporto nunca con la impasibilidad del anatomista o del cronista imperturbable. Me comporto oprimida por mil rabias y mil interrogantes que antes de acometerlos a ellos me acometieron a mí, y con la esperanza de comprender de qué modo, estando en el poder u oponiéndose a él, ellos dominan nuestro destino".

En una entrevista con la revista Time, la Fallaci ratificó estos conceptos. "¿Qué es la objetividad? Odio la palabra objetividad. Siempre uso las palabras honesto y correcto", señaló, y agregó, entre otras cosas: "Mis entrevistas nunca son frías.

Porque me enamoro de la persona que está frente a mí, así la odie. Una entrevista es para mí una historia de amor. Es una pelea. Es un acto sexual".

LA EDICIÓN

El mismo cuidado que el reportero debe dispensar a la observación e investigación de detalles, es preciso aplicar-lo a la elaboración final del material. Hay una serie de elementos que habitualmente se menosprecian en el manuscrito y que, sin embargo, contribuyen a un mejor "terminado" del reportaje. La separación de las distintas secuencias o temas del material, por ejemplo, general-mente se abandona a cualquier suerte. Lo más usual es que se utilicen intertítulos que pocas veces obedecen a la necesidad de diferenciar determinadas partes del texto y que más bien parecen regados al azar. Por lo demás, estos intertítulos con frecuencia tienen contenidos inocuos, por lo que la misión que cumplen se limita al terreno pura-mente visual: evitar los espacios demasiado sobrecargados de texto sin cortes que descansen un poco al lector.

No obstante, muchas veces es definitiva la técnica que se aplique para separar capítulos o temas y merece más atención de la que se le presta. Es preciso recordar, ante todo, que la tipografía tiene un lenguaje y que se puede acudir–manteniéndose, obviamente, dentro de las normas de legibilidad que descalifican los textos muy largos en negrita o cursiva– a recursos tipográficos para diferenciar materiales o para atribuirlos. Esto resulta particularmente útil cuando se trata de técnicas combina-das e intercaladas. Por ejemplo, un reportaje de personalidad que mezcle relato en tercera persona con relato testimonial en primera persona puede ir levantado en fuentes distintas para cada caso: redonda y negrita, redonda y bastardilla, redonda sin sangría y redonda con margen sangrado, etc.

El intertítulo, por su parte, puede ser un excelente apoyo para ciertos cortes, pero también –por la necesidad de darle un contenido en la frase que sirve a su propósito– puede constituirse en un estorbo. Hay textos que no aceptan la intromisión de intertítulos como recurso para cortar temas, y quedan más tersos valiéndose simplemente de espacios blancos a manera de intermedios, o incluso de asteriscos.

Un buen reportaje, que se investigó bien, que se consideró adecuadamente en cuanto a sus decisiones técnicas, que lleva un comienzo acertado y un desarrollo fluido, debe tener un final redondo. El final requiere atención y cuidado, porque es la impresión de remate que va a quedar en el lector. Es al redactor lo que la media verónica al torero: sirve para subrayar una faena, para retirarse con el aplauso de los tendidos. Sobre el adecuado remate de un personaje tienen más clara noción los reporteros que dominan la narrativa.

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