Crónica y
reportaje
El reportaje
moderno en Colombia
Daniel Samper Pizano
La llamada "crónica"
era un terreno de incierta geografía donde se ubicaban varios y diferentes
géneros periodísticos. Los primeros cronistas fueron historiadores de tono
menor que relataron la conquista y colonia de las Indias en versiones donde se
mezclaban mitos, verdades, acontecimientos trascendentales y chismes de
parroquia. Modelo de crónicas, El Carnero de Juan Rodríguez Freyre. Más
tarde, y por asimilación a este género, se siguió llamando también
"crónica" a los relatos breves, ágiles y sin pretensiones que
contaban algún suceso del pasado, general-mente de poca monta pero con mucho
contenido humano. Maestro de este tipo de crónicas fue Camilo Pardo Umaña. Una
tercera acepción de la palabra se ha utilizado también para designar cierto
tipo de ensayos ligeros, de corte literario, como los que integran el volumen Crónicas
de Luis Tejada. Y, con el transcurso de los años, la crónica ha llegado a
ser –en lo que sería un cuarto significado– una modalidad periodística que
algunos profesores tratan de separar minuciosamente del reportaje.
No vale la pena entrar en
demasiadas consideraciones, definiciones y anotaciones para tratar de
distinguir entre reportaje y entrevista y crónica y reportaje. Tampoco se
justifica elaborar una lista de características de uno y otro género que
permita examinar los materiales de dudosa ubicación a fin de localizarlos, como
haría un botánico con dos hojas parecidas, en su respectivo lugar. Es
preferible referirse a las diferencias que existen en los extremos, más que
caer en la trampa de clasificar lo que se halla en la desdibujada zona media.
La entrevista, en cambio, se
construye dentro del rigor de unas preguntas y unas respuestas. Es posible que
muchas veces de allí se obtenga una idea completa del entrevistado o el hecho
que éste relata y que, incluso, las respuestas sirvan para penetrar en el
interior del persona-je, como ocurre en la excelente y famosa entrevista que le
hizo la revista Ercilla, de Chile, al entonces candidato presidencial
Salvador Allende. Pero la entrevista, por ser el ejercicio extenso e intenso de
una sola técnica periodística –hacer preguntas, obtener respuestas y limitarse
a presentar escuetamente unas y otras–, no permite la intromisión de otros
elementos como descripciones, anotaciones impresionistas, creación de
suspensos, etc. La entrevista es una técnica que ha de usarse, principalmente,
cuando el énfasis del material radica en el contenido de lo que responde el
entrevistado, y las circunstancias o ambiente en que se desarrolla no resultan
especialmente relevantes.
Es preciso darse cuenta de que,
antes de terminar el siglo XIX, ya se había producido en el periodismo
norte-americano la primera gran revolución del periodismo moderno: el
amarillismo. Con todos sus defectos, entre los cuales no fueron extraños la
falta de ética, la demagogia y la irresponsabilidad, el llamado periodismo
amarillo sacudió prensa norteamericana y ejerció un influjo en
la de todo el mundo, que aún se prolonga. Dos grandes periodistas, como fueron
Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, desarrollaron la feroz batalla por
conquistar a los lectores, que se tradujo en memorables excesos, como la guerra
entre Estados Unidos y España, pero también en una atención al rescate de los
grandes temas humanos: "Los redactores de Hearst (y para el caso también
los de Pulitzer) trataban de hacer resaltar el hecho más sensacional y
pintoresco en el primer párrafo de su información: el amor, el poder, el odio o
la compasión eran los temas preferidos".
Los
ecos del periodismo amarillo llegaron al colombiano y se manifestaron en el
tímido deseo de trabajar más los temas humanos. Gracias a ello, se abrió un
poco la rígida estructura de la entrevista –que era la única técnica entonces
aplicada para los materiales de comunicación con personajes–, y la crónica
dispuso su predilección por la pequeña historia y los temas menores. Ya estaban
los genes básicos para que se produjera el nacimiento de una nueva forma de
periodismo más apropiada para tratar temas y hechos humanos.
Pero el reportaje moderno no se
habría desarrolla-do si no hubiera sido por la influencia catalizadora –directa
e indirecta– del cine. El cine no sólo se levantó durante el siglo XX como un
arte distinto y original, sino que ha permeado con sus técnicas a la
literatura, al teatro y al periodismo. El montaje cinematográfico significó una
ruptura total con las secuencias cronológicas lógicas, si se permite la
expresión, agilizó las escenas, dinamizó la manera de contar las historias.
Fuera de eso, y sin negar las posibilidades personales ni los estilos del
director, lo eliminó como comentarista obvio de situaciones. Si el director de
cine quiere comentar el material que está relatando al lector, ya no
puede hacerlo con la frescura con que lo hacía el narrador literario, sino que
debe acudir a formas sofisticadas: la luz, el detalle en primer plano, el
montaje, el sonido, etc. El resultado es haber dejado al descubierto la acción
congeladora del comentario.
El reportaje es un género
relativamente reciente en Colombia. El periodismo nacional no despierta a este
tipo de trabajos sino prácticamente en el decenio del 50. Antes de ella es
posible encontrar algunos trasuntos: entrevistas con elementos de reportaje,
crónicas con visos de reportaje, noticias directas que recibían un tratamiento
narrativo.
Pero la entrada franca del
reportaje moderno se produce con una generación de periodistas que reúnen las
condiciones para impulsar el género. Son personas a quienes interesa más la reportería
que la columna personal, que han crecido bajo la influencia del cine, que han
leído a los novelistas norteamericanos, con su tremendo impacto de doble vía
sobre el periodismo, y que, sobre todo, conocen el valor de un modelo llamado
Ernest Hemingway. Es curioso encontrar en casi todos los miembros de esa gran
camada de reporteros ciertas características comunes, como las de una cultura
superior a la del promedio en el oficio, una vocación por la narrativa
contemporánea y un especial interés por el cine. Varios de ellos, por estas
mismas razones, han escrito novelas y cuentos y algunos incluso se metieron de
lleno en el campo de la realización cinematográfica.
De esta generación a la cual se
debe realmente la entronización del reportaje moderno en el periodismo
colombiano, forman parte Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y Plinio
Apuleyo Mendoza.
Posteriormente vendrán otras
"camadas", y en las últimas es preciso señalar como hecho interesante
la llegada de varias reporteras. Debido principalmente a la importancia que las
facultades de Comunicación Social, pese a sus fallas, empezaban a tener en la
preparación de periodistas y debido además al alto porcentaje de mujeres que
egresan de esas facultades, los periódicos poco a poco vieron cómo aumentaba el
número de redactoras en su nómina. La mayor parte, como digo, provenientes de
facultades de Periodismo; pero otras llegadas de escuelas diferentes de la
universidad o de orígenes de alguna manera relacionados con focos culturales,
como la crítica de arte. Lo cierto es que las mujeres irrumpieron con un nivel
de preparación académica superior al del promedio de los varones, reclutados
por lo general en la radio. Esto significó la llegada de un nutrido grupo de
periodistas dedicadas al reportaje, entre las cuales hay varias que compiten
ventajosamente con sus colegas del sexo opuesto.
A esta misma generación
pertenecen varios reporteros muy conocedores del género que trabajan y que han
logrado que la atención del público se distraiga de las grandes figuras del
comentario para posarse en ellos. Germán Castro Caycedo no sólo es uno de los
más hábiles, sino el más conocido y el más premiado. Pero también hay nombres
como los de Juan Gossaín, Héctor Rincón, Javier Ayala, Henry Holguín, que han
rescatado la importancia del "carga–ladrillos", del reportero de
planta.
LAS FASES DEL
REPORTAJE
Todo
reportaje es una suma de trabajos y determinaciones en la cual hay tres etapas
fundamentales. La primera, el trabajo investigativo puro y simple. La segunda,
la decisión de qué técnicas se utilizarán para el enfoque final del material.
La tercera, el proceso de redacción y edición del mismo.
Esa
labor de reportería incluye numerosos aspectos y problemas, cuya índole y
cantidad están determinadas por las características del tema. El reportero debe
observar no sólo los puntos fundamentales de la investigación que realiza, sino
también saber captar –para poderlo recrear después– el ambiente de la escena,
los detalles del suceso, el rasgo revelador del personaje. Esto exige una
variedad de cualidades en él entre las cuales la astucia y la psicología son
principales. El reportero, decía sagazmente un comentario de The New York
Times, "debe ser suficientemente agresivo como para preguntarle a una
viuda acongojada si le disparó o no a su marido, en el caso en que haya una
posibilidad en un millón de que diga que sí. Debe saber analizar los
caracteres. Debe saber cuándo alguien que dice que no puede hablar está
muriéndose de las ganas de hacerlo. Debe ser capaz de escuchar y, si es
preciso, tomar notas mentales cuando la vista de una libreta y un lápiz puede
paralizar a la fuente. Debe gastar horas interminables siguiendo pistas que no
conducen a nada, en la confianza de que la próxima será fructífera. El
reportero debe ser una mezcla de agresividad, modestia, introspección y
obsesión delirante por los pequeños detalles".
El escándalo de Watergate
demostró toda la trascendencia que puede tener una eficaz labor de reportería,
y probó una vez más que la curiosidad y la insistencia son las mejores armas
del reportero. El periodista Richard Reeves comentaba acerca de los dos
reporteros que se convirtieron en los causantes principales de la caída del
presidente Richard Nixon: "La reportería con frecuencia no es más que
buenas piernas, y Woodward y Bernstein demostraron que tienen las mejores
piernas del oficio".3 El hecho de que hubieran interrogado a 394 personas
con el fin de recoger datos para su libro "Los días finales" es una
elocuente muestra.
Una buena investigación y una
observación inteli-gente de detalles y situaciones constituyen buen punto de
partida para el reportaje. Otros reporteros ofrecen consejos adicionales. Gay
Talese, una de las más destacadas figuras del nuevo periodismo, dice lo
siguiente:
"Trato
de seguir a mis personajes sin entrometerme mientras los observo en situaciones
reveladoras, anotando sus reacciones y las de los demás ante ellos. Intento
integrar toda la escena, el diálogo y el talante, la tensión, el drama, el
conflicto y luego procuro plasmarlo todo desde el punto de vista de las
personas sobre las que estoy tratando, revelando incluso, cuando sea posible,
el pensamiento de estos individuos mientras los describo. Esta última
percepción no se logra, evidentemente, sin la total cooperación del
sujeto".
Talese afirma que ciertas
situaciones en las que el personaje termina por olvidarse del periodista pueden
ser más reveladoras que muchas horas de entrevista, y encuentra mucha semejanza
entre el reportaje moderno y el cuento.
Muchas veces, la claridad
acerca de las etapas restantes de la elaboración del material –decisiones
técnicas y redacción– se produce durante el proceso de investigación. Allí se
ilumina en un momento dado lo que será el lead o párrafo de entrada y el
punto de vista (enfoque de pronombres) que conviene utilizar en el desarrollo
del reportaje. Cuando esto ocurre, resulta más fácil encaminar la investigación
(así sea ella simplemente la formulación de preguntas al entrevistado) por
cuanto está dirigida a alimentar los materiales que exige la determinación ya
adivinada por el periodista.
De todos modos,
una buena fórmula de reportería es la de ser "inquisitivo y preciso",
según aconseja Harry Ferguson, veterano reportero de la United Press Internacional
que cubrió varias de las noticias más importantes de este siglo. Señala
Ferguson que "los mejores reportajes resultan cuando el reportero ha
acumulado un material tres veces mayor del que puede usar", y añade
algunos consejos más para los reporteros jóvenes: "La próxima vez que le
asignen una entrevista formal, no hable sólo con el sujeto asignado; converse
también con algunos de los amigos y enemigos de él". Usted tendrá más
lectores si escribe acerca de gente más que de situaciones". Si logra
captar firmemente a su personaje, esto brillará a través del material
terminado".
Lo mismo cuando se adelanta la
etapa de recolección de datos, como en el momento en que se enfrentan las
decisiones y en el proceso de redacción y edición, es preciso tener en cuenta,
cuando se trata de reportajes centrados en personas o personajes, que parte del
sujeto es la circunstancia que lo rodea; y, cuando se trate de reportajes sobre
acontecimientos, que estos se originan o repercuten en personas. Buen ejemplo
de reportaje sobre un suceso es el de Gabriel García Márquez acerca de la
escasez de agua en Caracas; en una inteligente decisión técnica, García Márquez
coloca a un personaje como punto de referencia paralelo, con lo cual su nota
gana en dinamismo y tensión.
Terminada la etapa de
recolección de datos y observación de detalles, muchos reporteros saltan
directa-mente al tercer momento y, sin detenerse a examinar cuál será el mejor
tratamiento que pueden dar a su material proceden a redactar la nota. Buena
parte de los reportajes que sortearon con éxito la primera etapa, adquieren en
la segunda –por omisión o por equivocación en las decisiones– los vicios que
terminarán por echarlo abajo, aun cuando cuente luego con una redacción y
edición exitosas.
Son varias las preguntas que el
reportero debe hacerse ante los materiales que ha acumulado antes de entrar a
resolver el problema de redacción. ¿Se prestan más para emplear la técnica
rígida de pregunta-respuesta con una introducción en que se presente al
personaje y el medio? ¿O conviene utilizar, en forma intercalada, preguntas y
respuestas con observaciones, descripciones, anotaciones de impresión? Hay
materias que, aunque se investigaron formulando preguntas al personaje y obteniendo
respuesta de éste, resulta más adecuado relatar narrativamente. ¿Conviene, para
la ambientación o el impacto del reportaje, que el reportero entre a figurar en
la nota? Si es así, ¿resulta mejor hacerlo en primera persona o en tercera?
(Hay que tener en cuenta que en algunas oportunidades el ingreso del reportero
como parte del reportaje resta impacto a la nota o resulta pretensioso). ¿Es
más acertado presentarlo como testimonio, vale decir, relatado íntegramente por
el personaje aunque con el obvio y difícil trabajo de edición que esto exige al
redactor?
A veces, incluso, es necesario
determinar si el material debe convertirse en reportaje, o en noticia directa.
Si un reportero acude a elaborar un reportaje humano con determinado personaje,
y ocurre que éste le da a conocer una noticia de mucha trascendencia, se
presentan tres opciones para escoger: involucrar la noticia dentro del
reportaje humano; o hacer a un lado la posibilidad del reportaje humano y
elaborar en cambio una noticia directa; o, finalmente, separar los dos
elementos. Lo primero casi siempre termina por minimizar la noticia; lo segundo
sacrifica el reportaje; lo tercero permite lo uno sin perjudicar lo otro. Pero
hay que insistir en que estas decisiones deben hacerse ante la situación
concreta y conviene muchas veces acudir al consejo del jefe de redacción.
Aparte de las determinaciones
que asuma sobre las técnicas que utilizará, determinaciones estas que exigen
mayor reflexión cuando se trata de materiales difíciles, el reportero debe
tomar en esta etapa una decisión absolutamente clave: el párrafo de entrada o lead.
Está comprobado por las
investigaciones sobre lectura de periódicos y revistas que el impacto del
título es definitivo para que el lector pase a leer el comienzo del reportaje,
y que el comienzo del reportaje es decisivo para que el lector continúe o no
con la lectura. Personalmente pienso que todo cuidado que se le dispense al lead
es poco. Un lead débil espanta a la mayoría de los lectores, que
jamás llegarán a enterarse del resto del reportaje, por mejor elaborado que
éste se encuentre. Un lead acertado, si bien no puede luchar contra un
reportaje deficiente, al menos lanza al lector dentro del material con una fuerte
inercia. Algunos reporteros se esmeran en el lead hasta la obsesión
–sana obsesión, por lo demás– como Pilar Tafur y Alegre Levy. Pero la mayoría
descuidan un poco este punto neurálgico del reportaje.
Sobre el lead se han
intentado muchas clasificaciones y recomendaciones. Muchos textos desorientan
al estudiante indicándole que el párrafo de entrada debe responder las
preguntas qué, quién, cómo, dónde, cuándo y por qué. Se trata de
una falacia que hay que corregir, cuyo origen radica en un juego de palabras
del inglés, que insiste en las cinco W's: who (quién), where (dónde),
when (cuándo), what (qué) y why (por qué), y en la indispensa-ble how (cómo).
No es difícil darse cuenta de que encerrar las respuestas a estos seis
interrogantes en un párrafo de entrada, las más de las veces contradice los
principios de lecturabilidad según los cuales los párrafos deben ser de una
brevedad que algunos recomiendan no mayor de treinta palabras.
Otros profesores se han
apartado de las evidentes inconsecuencias de estos leads enciclopédicos
y proponen, más bien, que en el párrafo inicial se respondan las preguntas más
importantes, así no sean las cinco en cuestión.
En realidad, es preferible un
enfoque netamente utilitario sobre el lead. La recomendación sería más
bien la de disponer el lead en forma que atrape al lector, y tratar de
que el resto del reportaje corresponda al interés que le ha creado el lead. Si
para atrapar al lector conviene más acudir a alguna o algunas de las respuestas
de las cinco W's, por allí debe construirse el lead. Si resulta
de mayor impacto empezar con una cita, este debe ser el primer párrafo. O si,
en ciertas ocasiones, una hilera de signos de interrogación, o una sola palabra
resulta el mejor anzuelo, no debe vacilarse en emplearlas, teniendo en cuenta
que el tremendismo es a la larga tan torpe como la falta de imaginación. Muchos
reporteros acuden a la fórmula de un diálogo ficticio con el lector:
"Cuando usted saca la caneca de basura a la calle nunca se imagina lo que
va a suceder después". Del expediente de dirigirse al lector se abusa y
echa mano en exceso por ser su uso relativamente fácil. Pero también por eso se
ha desgastado y ha perdido capacidad de comunicación. Conviene, pues, emplearlo
sólo en casos absolutamente recomendables.
Uno
de los buenos recursos que un lead contribuye a desarrollar es el del
suspenso. Bien manejado, el suspenso obliga al lector a devorarse el material.
Lo importante es que al final tenga una retribución suficientemente gratificadora,
pues, de lo contrario, no caerá de nuevo en la trampa.
Cómo elaborar el lead, qué
técnicas emplear en el reportaje, qué punto de vista utilizar, si mezclar
varios de ellos (relato montado con testimonio, por ejemplo), son algunas de
las decisiones que debe estudiar y adoptar el reportero antes de pasar a la
siguiente etapa: redactar.
Pocas veces se reúnen en un
mismo periodista cualidades de excelente investigador, acertado aplicador de
técnicas y gran redactor. Cuando se dan todas ellas, estamos ante un Hemingway,
una Lilian Ross, un Hersey, un Talese, un Collins, un La Pierre. Pero es
posible conservar un equilibrio de nivel entre las tres etapas. Cada vez con
mayor frecuencia se acude al periodismo colectivo en que un equipo investiga y
otro redacta y edita. Este tipo de trabajos resultan más aplicables para
reportajes investigativos o interpretativos que para materiales de contenido
humano. Pero muestran cómo es posible descomponer las funciones para obtener
una nota más equilibrada. De todos modos, y aunque el material sea trabajado y
escrito por una sola persona, esta puede beneficiarse de una consideración
colectiva de las técnicas que debe emplear y de la edición final que reciba el
material. De resto, debe obrar una materia prima irreemplazable pero susceptible
de ser desarrollada, que se llama talento.
La etapa de redacción del
reportaje es, por supuesto, tan importante como las anteriores. Es difícil, y
no es el propósito de estas notas, señalar cómo se debe escribir. Pero al
respecto puede decirse que los mejores maestros son los textos de buenos
autores. Es cuestión de ósmosis. Si bien algunos consejos prácticos contribuyen
a enriquecer la redacción, lo cierto es que el estilo y la capacidad de
solucionar problemas técnicos menores sobre la marcha, sólo se logran cuando se
desarrolle el talento para escribir, y en este proceso resulta de gran
importancia la lectura de buenos reportajes, buenos cuentos, buenas novelas,
así como la asistencia consciente a cine.
De todos modos, algo que sí
puede señalarse es la necesidad de que marchen en la misma dirección el sentido
denotativo y el connotativo del relato. En teoría de la
comunicación se entiende por sentido o significado denotativo aquel que
ofrece el texto en cuanto a la definición misma de las palabras; y por sentido
connotativo, el que puede inferirse de la estructura del texto. El primero
es un sentido lógico y el segundo un sentido emocional, que nace del ritmo del
escrito, de sus propiedades musicales, de su montaje. Una mejor comunicación
con el lector se consigue cuando los dos sentidos marchan paralelos.
OBJETIVIDAD
Uno
de los valores periodísticos que actualmente sufre toda suerte de ataques es el
de la objetividad. La objetividad se puede entender en dos sentidos: como una
búsqueda de la verdad, o como un total apartamiento emocional e ideológico del
periodista frente a la noticia. No hay duda de que la segunda es, al menos
entre seres humanos, un mito. Toda noticia, todo reportaje, está lleno de
decisiones de tipo personal del periodista, que van desde la escogencia del
tema hasta el instante en que incluye un material, margina otro y organiza el
primero en una forma determinada. Resulta, pues, difícil hacer total-mente a un
lado los sentimientos o ideas del periodista que aunque sea en forma
inconsciente influirán en su nota. El contenido de objetividad como cualidad
periodística se ha renovado en el sentido de que se la entiende ahora como la
actitud profesional en favor de la verdad. Algunos reporteros consideran que
esta actitud no es incompatible con la violación del precepto del periodista
ascético, que no toma parte ni partido ante el material. Oriana Fallaci, la
famosa reportera italiana, es la más clara exponente de esta tendencia.
"Yo no me siento, ni lograré sentirme jamás –dice en el prólogo a uno de
sus libros– un frío registrador de lo que escucho y veo. Sobre toda experiencia
profesional dejo jirones del alma, participo con aquel a quien escucho y veo
como si la cosa me afectase personalmente o hubiese de tomar posición (y, en
efecto, la tomo, siempre, con base en una precisa selección moral), y ante los
entrevistados no me comporto nunca con la impasibilidad del anatomista o del
cronista imperturbable. Me comporto oprimida por mil rabias y mil interrogantes
que antes de acometerlos a ellos me acometieron a mí, y con la esperanza de
comprender de qué modo, estando en el poder u oponiéndose a él, ellos dominan
nuestro destino".
En
una entrevista con la revista Time, la Fallaci ratificó estos conceptos.
"¿Qué es la objetividad? Odio la palabra objetividad. Siempre uso las
palabras honesto y correcto", señaló, y agregó, entre otras cosas:
"Mis entrevistas nunca son frías.
Porque
me enamoro de la persona que está frente a mí, así la odie. Una entrevista es
para mí una historia de amor. Es una pelea. Es un acto sexual".
LA EDICIÓN
El mismo cuidado que el
reportero debe dispensar a la observación e investigación de detalles, es
preciso aplicar-lo a la elaboración final del material. Hay una serie de elementos
que habitualmente se menosprecian en el manuscrito y que, sin embargo,
contribuyen a un mejor "terminado" del reportaje. La separación de
las distintas secuencias o temas del material, por ejemplo, general-mente se
abandona a cualquier suerte. Lo más usual es que se utilicen intertítulos que
pocas veces obedecen a la necesidad de diferenciar determinadas partes del
texto y que más bien parecen regados al azar. Por lo demás, estos intertítulos
con frecuencia tienen contenidos inocuos, por lo que la misión que cumplen se
limita al terreno pura-mente visual: evitar los espacios demasiado
sobrecargados de texto sin cortes que descansen un poco al lector.
No obstante, muchas veces es
definitiva la técnica que se aplique para separar capítulos o temas y merece
más atención de la que se le presta. Es preciso recordar, ante todo, que la
tipografía tiene un lenguaje y que se puede acudir–manteniéndose, obviamente,
dentro de las normas de legibilidad que descalifican los textos muy largos en
negrita o cursiva– a recursos tipográficos para diferenciar materiales o para
atribuirlos. Esto resulta particularmente útil cuando se trata de técnicas
combina-das e intercaladas. Por ejemplo, un reportaje de personalidad que
mezcle relato en tercera persona con relato testimonial en primera persona
puede ir levantado en fuentes distintas para cada caso: redonda y negrita,
redonda y bastardilla, redonda sin sangría y redonda con margen sangrado, etc.
El intertítulo, por su parte,
puede ser un excelente apoyo para ciertos cortes, pero también –por la
necesidad de darle un contenido en la frase que sirve a su propósito– puede
constituirse en un estorbo. Hay textos que no aceptan la intromisión de
intertítulos como recurso para cortar temas, y quedan más tersos valiéndose simplemente
de espacios blancos a manera de intermedios, o incluso de asteriscos.
Un buen reportaje, que se
investigó bien, que se consideró adecuadamente en cuanto a sus decisiones
técnicas, que lleva un comienzo acertado y un desarrollo fluido, debe tener un
final redondo. El final requiere atención y cuidado, porque es la impresión de
remate que va a quedar en el lector. Es al redactor lo que la media verónica al
torero: sirve para subrayar una faena, para retirarse con el aplauso de los
tendidos. Sobre el adecuado remate de un personaje tienen más clara noción los
reporteros que dominan la narrativa.
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