La carta del hijo de Gabo
en el sexto aniversario de su muerte
Rodrigo García Barcha
«No paso un solo día sin cruzarme con una
referencia a tu novela 'El amor en los tiempos del cólera'. Es imposible no
pensar en qué te habría parecido todo esto», le escribe Rodrigo García
Barcha. Exclusivo en Colombia de El Espectador.
Gabo,
El
17 de abril fue el sexto aniversario de tu muerte, y en gran medida el mundo ha
seguido como siempre, con el ser humano comportándose con crueldad creativa y
asombrosa, con generosidad y sacrificio sublimes y con todo lo que hay en
medio.
Una cosa es nueva: una pandemia.
Se originó, hasta donde sabemos, en un mercado, donde
un virus brincó de un animal a una persona. Un pequeño paso para un virus, pero
un gran salto para su especie. Es una criatura que evolucionó durante un tiempo
incalculable a través de la selección natural hasta llegar a ser el pequeño
monstruo voraz que es actualmente. Pero es muy injusto referirse a él en tales
términos, y lamento si mis palabras lo han ofendido. En realidad, él no tiene
nada particular en contra nuestra. Se aprovecha porque puede. Esa actitud sin
duda nos es familiar. No se trata de nada personal.
No paso un solo día sin cruzarme con una referencia
a tu novela El amor en los tiempos del cólera o
a una variante de su título o a la peste del insomnio en Cien años de soledad. Es imposible no especular sobre
qué te habría parecido todo esto. Siempre te fascinaron las plagas, reales o
literarias, así como las cosas y las personas que retornan.
Todavía
no habías nacido cuando la pandemia de la gripe española azotó el planeta, pero
creciste en una casa donde reinaban las historias y donde una plaga, así como
los fantasmas y los remordimientos, debieron servir de buen material literario.
Decías que la gente hablaba de acontecimientos que sucedieron en los días del
cometa, probablemente refiriéndose al paso del cometa Halley a principios del
siglo XX. Recuerdo lo emocionado que estabas de ver al cometa con tus propios
ojos cuando regresó hacia el final del milenio. Te cautivó, como si fuera un
reloj misterioso marcando silencioso la hora una vez cada 76 años, en un ciclo
que se aproxima al tiempo asignado al ser humano. ¿Será una coincidencia?
Probablemente solo sea otra pista falsa. Eras ateo, pero también pensabas que
era inconcebible que no hubiera un plan maestro del universo, ¿recuerdas? Que
no hubiera quién contara el cuento. Es posible que, en ese sentido, tu punto de
vista sea ahora más claro que el mío.
Ha
vuelto una pandemia. A pesar de los grandes avances de la ciencia y el tan
celebrado ingenio de nuestra especie, nuestra mejor defensa hasta ahora es
simplemente quedarnos en casa, escondidos en nuestras cuevas para que el
depredador no nos encuentre. Para los que al menos tengan un poco de humildad,
es un momento de reflexión. Para los demás, es solo una cosa más que aniquilar.
Dos
de los países que más querías, España e Italia, se encuentran entre los más
afectados. Algunos de tus amigos más antiguos y queridos en Barcelona, Madrid y Milán están sobrellevando la pandemia lo mejor que pueden en
los mismos pisos que tú
y Mercedes visitaron innumerables veces durante décadas. He escuchado a varias
personas de esa generación decir que están decididas a sobrevivir, aunque sea
solo por evitar caer víctimas de una maldita gripe después de décadas de
sobrevivir a cánceres, tiranos, trabajos, matrimonios y responsabilidades.
La muerte no es lo único que nos aterroriza, sino las circunstancias.
Una salida final
sin despedidas, atendidos por
extraños disfrazados de extraterrestres, máquinas pitando despiadadamente,
rodeados de otras personas en situaciones similares, pero lejos de nuestra
gente. Es lo que tú más temías, la soledad.
A menudo decías que Diario del año de la
peste de Daniel Defoe fue una de tus mayores influencias, pero
hasta ayer yo había olvidado que incluso tu historia favorita, Edipo rey, giraba alrededor de los esfuerzos de un rey
por acabar con una plaga. Yo recordaba sobre todo la trágica ironía del destino
del rey, pero fue la peste lo que desató las fuerzas que precipitaron su caída.
Tú dijiste una vez que lo que nos atormenta de las epidemias es que son un
recordatorio del destino personal. A pesar de las precauciones, la atención
médica, la edad o la riqueza, cualquiera puede sacar el número perdedor.
Destino y muerte: temas muy queridos de muchos escritores.
Creo
que si estuvieras aquí ahora, estarías fascinado por el hombre. El término
“hombre” no suele usarse como antes, pero haré una excepción, no como un guiño
al patriarcado que detestabas, sino porque resonará en los oídos del joven y
escritor aspirante que fuiste, con más sensibilidad e ideas de las que sabías
expresar, y con una fuerte convicción de que la suerte está echada, incluso
para una criatura a imagen de Dios y condenada al libre albedrío. Te
compadecerías de nuestra fragilidad; te maravillarías de nuestra interconexión,
te entristecería el sufrimiento, te enfurecería la insensibilidad de algunos
líderes y te conmovería el heroísmo de las personas en los frentes de batalla.
Y estarías ansioso por saber cómo los amantes desafían cada obstáculo, incluido
el riesgo de muerte, para estar juntos. Por encima de todo, estarías tan
embelesado con los seres humanos como siempre.
Hace
unas semanas, durante los primeros días que estuvimos recluidos en casa, mi
cabeza se esforzaba por comprender lo que podía significar todo esto, o al
menos lo que podría salir de ello. Fracasé. La niebla era demasiado espesa.
Ahora que las cosas se han vuelto más cotidianas —como lo hacen con el paso del
tiempo, incluso en las guerras más aterradoras— aún no logro explicármelo de
manera satisfactoria.
Muchos
están seguros de que la vida ya nunca será la misma. Es probable que algunos
hagamos grandes cambios, y otros hagamos pequeños cambios, pero sospecho que la
mayoría volverá al baile. ¿No sería un buen punto argumentar que la pandemia es
una prueba más de que la vida se desvanece de la manera más inesperada y que
debemos vivir en grande, y vivir en el aquí y el ahora? Uno de tus propios
nietos ha expresado esa opinión.
Las
restricciones al movimiento comienzan a relajarse en algunos lugares, y poco a
poco el mundo intentará aventurarse hacia la normalidad. El solo hecho de soñar
con la libertad inminente hace que muchos empiecen a olvidar las promesas a los
dioses que hicieron tan recientemente. Se va debilitando el impulso por
procesar el impacto de la pandemia en nuestro ser más profundo, y en toda la
tribu. Incluso muchos que anhelamos entender lo que sucedió nos sentiremos
tentados a interpretarlo a nuestro gusto. Ya las compras amenazan con regresar
en grande como nuestro narcótico favorito.
Todavía
sigo en la niebla. Parece que de momento tendré que esperar a que los grandes
maestros, presentes y futuros, metabolicen esta experiencia compartida. Espero
ese día con impaciencia. Una canción, un poema, una película o una novela me
indicarán, finalmente, el rumbo por el que están enterrados mis ideas y
sentimientos sobre toda esta situación. Cuando llegue ahí, seguramente tendré
que cavar un poco más yo mismo.
Mientras
tanto, el planeta sigue girando y la vida sigue siendo misteriosa, poderosa y
sorprendente. O, como solías decir tú con menos adjetivos y más poesía, nadie
le enseña nada a la vida.
Rodrigo.
Fuente: www.elespectador.com
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