miércoles, 5 de agosto de 2020

MICROFICCIONES

Microficciones




PACIENCIA

Raúl Elena Cavo.

España.

 

No he logrado aún que abra los ojos. Pero cada día, mientras le voy sacando de encima la tierra y la ceniza, juro que le siento sonreír.

 

 

KONG

Cristian Skewes Vodanovic.

Chile.

 

Al despertar de su fenomenal borrachera, King Kong encontró en un pliegue de la sabana a la pobre rubia, irremediablemente aplastada.

 

 

ATRACO

Claudio Guillermo del Castillo Pérez.

Cuba.

 

Una pared muy endeble separa el banco de la florería. Esta mañana descubrí el agujero. Por fortuna, solo se llevaron un ramo de gladiolos.

 

 

EL ZAPATO

Stella Maris Estelrich.

Argentina.

 

Como un gato negro dispuesto a acechar, el zapato se asoma en el pasillo del auditorio. Es un zapato de hombre, del hombre que está sentado justo detrás de mí. El pie que viste el zapato atraviesa los límites de la línea de los asientos. El pie se mueve a mi lado y me intimida. El zapato es grande, negro, y tiene una punta angulosa que brilla desafiante y quiere golpear mi tobillo. Un escalofrío me recorre la espalda y el cuero cabelludo. No me atrevo a girar para ver la cara del dueño de ese zapato.

 

 

Horacio Convertini.

Argentina.

 

No reconocí al hombre del espejo. Su cara de loco me resultaba familiar, pero bien podía ser un falso recuerdo. Le pregunte quien era y el respondió con un juego de niños, replicando mis palabras. Que idiota, le dije, y su insulto, encimado al mío, sonó arrogante. No lo iba a permitir, allí, en mi propia casa. Tome la navaja y me tajé la mejilla. Vi sangre en su rostro y una sonrisa de desafío. Fue entonces que me saque un ojo. Solo para verlo gritar.

 

 

EL TREN DE LA VIDA.

Antonio Moraga Almansa.

España.

 

Poco antes de subir le dijo que nunca más se verían. Él ya sabía que su vida también se iba en ese tren y, empujado por la pena y abrazado por su viudo amor, se arrojó a las vías solo para confirmarlo.

 

 

ANTIGÉNESIS

Rudy Alfonzo Gómez Rivas.

Guatemala.

 

Desde que la serpiente se comió el fruto prohibido, Adán y Eva siguen sin encontrar su paraíso.

 

EL ACUERDO

Liliana Mercedes Murua .

Argentina.

 

Un atardecer, Sísifo se detuvo a mitad de camino, y propuso a la roca que llevaba sobre sus hombros, un cambio de roles. La roca, de inmediato, acepto gustosa y él trepo en ella. Continuaron el ascenso y cuando la roca llego a la cumbre, arrojo a Sísifo al vacío y sonrió, como sonríen las rocas cuando dejan de rodar.


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