A modo de confesión
Emile Cioran
Emile Cioran
Sólo tengo ganas de escribir cuando me encuentro en un
estado explosivo, enfebrecido o crispado, en un estupor metamorfoseado en
frenesí, en un clima de ajuste de cuentas en el que las invectivas sustituyen a
las bofetadas y a los golpes. De ordinario, la cosa comienza así: un ligero
temblor que se hace cada vez más fuerte, como tras un insulto que se ha
soportado sin responder. Expresión equivale a réplica tardía o a agresión
diferida: yo escribo para no pasar el acto, para evitar una crisis. La
expresión es alivio, venganza indirecta del que no puede digerir una afrenta y
se rebela con palabras contra sus semejantes y contra sí mismo. La indignación
es menos un estado moral que un estado literario, es incluso el resorte de la
inspiración. ¿Y la sabiduría? Es precisamente lo contrario. El sabio que hay en
nosotros arruina todos nuestros ímpetus, es el saboteador que nos disminuye y
paraliza, que acecha al loco que hay en nosotros para calmarle y comprometerle,
para deshonrarle. ¿La inspiración? Un desequilibrio repentino, voluptuosidad
irresistible de armarse o destruirse. Yo nunca he escrito una sola línea a mi
temperatura normal. Y sin embargo, durante largos años, me consideré como el
único individuo sin defectos. Ese orgullo me resultó benéfico: me permitió
emborronar papel. He dejado prácticamente de escribir en el momento en que, al
sosegarse mi delirio, me he convertido en la víctima de una modestia
perniciosa, nefasta para esa febrilidad de la que emanan las intuiciones y las
verdades. Sólo puedo escribir cuando, habiéndome repentinamente abandonado el
sentido del ridículo, me considero el comienzo y el fin de todo.
Escribir es una provocación, una visión
afortunadamente falsa de la realidad que nos coloca por encima de lo que existe
y de lo que nos parece existir. Rivalizar con Dios, superarlo incluso mediante
la sola virtud del lenguaje: ésa es la hazaña del escritor, espécimen ambiguo,
desgarrado y engreído que, liberado de su condición natural, se ha abandonado a
un vértigo magnífico, desconcertante siempre, a veces odioso. Nada más
miserable que la palabra y sin embargo a través de ella uno se eleva a
sensaciones de dicha, a una dilatación última en la que uno se halla totalmente
solo, sin el menor sentimiento de opresión. ¡Lo supremo alcanzado mediante el
vocablo, mediante el símbolo mismo de la fragilidad! Pero lo supremo se puede
también alcanzar, curiosamente, a través de la ironía, a condición de que ésta,
llegando hasta el extremo de su obra de demolición, dispense escalofríos de un
dios autodestructor. Las palabras como agentes de un éxtasis al revés... Todo
lo que es verdaderamente intenso participa del paraíso y del infierno, con la
diferencia de que el primero sólo podemos entreverlo, mientras que el segundo tenemos
la suerte de percibirlo y, más aún, de sentirlo. Existe una ventaja más notable
aún, de la que el escritor posee el monopolio, la de poder desembarazarse de
sus peligros. Sin la facultad de emborronar páginas, me pregunto qué hubiera
sido de mí. Escribir es deshacerse de nuestros remordimientos y de nuestros
rencores, es vomitar nuestros secretos. El escritor es un desequilibrado que
utiliza esas ficciones que son las palabras para curarse. ¡Cuántos malestares,
cuántos arrebatos siniestros no he superado yo gracias a ese remedio
insustancial! Escribir es un vicio del que puede uno cansarse. A decir verdad,
yo escribo cada vez menos, y acabaré sin duda por dejar de escribir totalmente,
pues he dejado de encontrar el menor encanto a ese combate con los demás y
conmigo mismo.
Cuando se aborda un tema, sea cual sea, se experimenta
un sentimiento de plenitud, acompañado de una pizca de altivez. Fenómeno más
extraño aún: esa sensación de superioridad cuando se evoca una figura que se
admira. En medio de una frase, ¡con qué facilidad se cree uno el centro del
mundo! Escribir y venerar se dan juntos: quiérase o no, hablar de Dios es
mirarle desde arriba. La escritura es la revancha de la criatura y su respuesta
a una Creación chapucera.
(1984)
Tomado de: Ejercicios de admiración y otros textos
No hay comentarios:
Publicar un comentario