jueves, 28 de mayo de 2020

«ESCOGER EL CAMINO» SOBRE EL CUENTO «COLINAS COMO ELEFANTES BLANCOS» DE ERNEST HEMINGWAY


«Escoger el camino» sobre el cuento «Colinas como elefantes blancos»
de Ernest Hemingway.

Por: Wilson Blandón Caicedo

En la introducción del cuento «Colinas como elefantes blancos» de Hemingway, tenemos la siguiente escena: un norteamericano y una muchacha están en una estación de trenes, esperan el expreso que lleva la ruta Barcelona – Madrid, cuyo recorrido dura aproximadamente cuarenta minutos, se sientan en un bar contiguo y conversan, la vista del otro lado del valle del Ebro, nos muestra las colinas largas y blancas. Ésta mínima descripción del paisaje que sirve de apertura al cuento — y que es reforzada a la mitad del relato— es vital para la comprensión de la historia y es una de las pocas cosas que nos deja ver el narrador, que instalado de forma externa, observa y nos cuenta:
«La muchacha miraba la hilera de colinas. Eran blancas bajo el sol y el campo estaba pardo y seco»

Más adelante en el relato:

«La muchacha se puso en pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado, había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro. Muy lejos, más allá del río, había montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio el río entre los árboles»

Notamos el contraste de escenarios: allá del otro lado del Ebro hay campos fértiles, vegetación, vida; de este lado, calor, tierra seca, sin sombra, ni árboles. Nos detendremos para detallar los símbolos narrativos que nos permitan un viaje transitable y ameno por el relato. Símbolos que aportan valor a la trama, dan mayor profundidad al tema y ante todo, constituyen las claves para expandir el arco dramático de los personajes, sin que esté expresado en palabras. De un lado agua, árboles, como símbolos de vida, de fertilidad, del otro la tierra seca como su representación antagónica.
A través del diálogo, nos enteramos que se trata de una discusión, en apariencia, estamos ante una situación de resquebrajamiento de la relación de pareja, la muchacha observa las colinas blancas:

—Parecen elefantes blancos —dijo.
—Nunca he visto uno —el hombre bebió su cerveza.
—No, claro que no.
—Nada de claro —dijo el hombre—. Bien podría haberlo visto.

A esta altura del relato, viene un interesante e inteligente uso del símil por parte de Hemingway, quien desde el título ya nos sugiere que las colinas son como elefantes blancos, ahora, nos lo confirma la muchacha a través de sus palabras. Pero no es un dato gratuito, veamos toda su intencionalidad: en la cultura tailandesa, el elefante blanco o elefante albino es considerado un animal sagrado y venerado desde hace más de 5.000 años, es símbolo de la realeza, representa la prosperidad del país. En la antigua Siam, hoy Tailandia, región del Asia Meridional, los elefantes blancos eran un símbolo de poder real, una vez descubiertos, eran regalados a reyes en ceremonia, a mayor posesión de éstos, mayor era el estatus del rey.
Cuenta la historia que el rey de Siam acostumbraba enviar un elefante blanco a aquel súbdito con quien tenía algún desacuerdo, el objetivo era arruinarlo con el costo de su mantenimiento, el súbdito tenía la obligación de darle comida especial y permitir que los demás súbditos pudieran verlo y venerarlo. El extremo cuidado y el oneroso sostenimiento de estas bestias, consideradas sagradas y de las que, en consecuencia, no se podía extraer ningún provecho, terminaban por arruinar a quien las había recibido. El simbolismo de los elefantes blancos enfatiza el tema de la historia. Busquemos el tema oculto en el relato y entenderemos mejor esta asociación.

—Bueno -dijo el hombre—, si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo.
—¿Y tú de veras quieres?
—Pienso que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres.
—Y si lo hago, ¿serás feliz y las cosas serán como eran y me querrás?
—Te quiero. Tú sabes que te quiero.
—Sí, pero si lo hago, ¿volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como elefantes blancos?

Hemingway, fiel a su teoría de la omisión, utiliza el recurso porque conoce los detalles detrás de su historia. En «Muerte en la tarde»  escribió: «Un escritor que omite cosas porque él no las conoce, sólo hace lugares huecos en su escritura».  Sin que se mencione en ningún momento, el tema que sirve de motivo para la discusión de la pareja, es el aborto. Las colinas blancas configuran el símbolo de fertilidad, el relieve geográfico es la metáfora perfecta del cuerpo gestante de la mujer, con su vientre y senos hinchados. El americano no percibe esta asociación —él no ve elefantes blancos— porque no desea al hijo, él como el súbdito de la historia ve sólo problemas en el regalo, la manutención y el cambio en su estilo de vida, es algo que no ve con buenos ojos e insiste en el aborto.

—No me preocupará que lo hagas, porque es perfectamente sencillo.
—Entonces lo haré. Porque yo no me importo.
—¿Qué quieres decir?
—Yo no me importo.
—Bueno, pues a mí sí me importas.
—Ah, sí. Pero yo no me importo. Y lo haré y luego todo será magnífico.
—No quiero que lo hagas si te sientes así.

Intuimos ya, que la discusión viene de días, tal vez semanas atrás, sentimos a través del diálogo la incomodidad de la muchacha al hablar del mismo tema de forma repetitiva, su estilo de vida hasta ahora superficial y despreocupado, se ve amenazado por la posibilidad de un hijo que llegaría a cambiar de forma radical la situación. Aquí, la crisis manifiesta de la pareja. Temen perder ese mundo de experiencias nuevas, de viajes por diversos lugares, de disfrute.

—Vuelve a la sombra —dijo él—. No debes sentirte así.
—No me siento de ningún modo —dijo la muchacha—. Nada más sé cosas.
—No quiero que hagas nada que no quieras hacer…
—Ni que no sea por mi bien —dijo ella—. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza?
—Bueno. Pero tienes que darte cuenta…
—Me doy cuenta —dijo la muchacha—. ¿No podríamos callarnos un poco?

A través de los diálogos y sin que medie ninguna descripción, se van perfilando las características de sus protagonistas, él, despreocupado, en cierto modo cínico y egoísta, ella, insegura, sin control sobre sus emociones y su vida, sin la certeza de qué decisión tomar, sabe que en uno u otro sentido perderá algo de sí. La trama toca su punto de mayor intensidad y advertimos un posible desenlace.
Ya hemos digerido mejor, el sentido de las pistas diseminadas por todo el texto:

—Sí-dijo la muchacha—. Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha esperado tanto tiempo, como el ajenjo.

La clave de la raíz de la planta de orozuz —uno de los condimentos más antiguos— con su sabor anisado y agridulce, se nos antoja más clara, asociamos su sabor amargo con la amargura de la muchacha, con su decepción ante la actitud del hombre. También está conectado con las propiedades abortivas del ajenjo.

—Tienes que darte cuenta —dijo— que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti.
—¿No significa nada para ti? Hallaríamos manera.
—Claro que significa. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se interponga. Y sé que es perfectamente sencillo.
—Sí, sabes que es perfectamente sencillo.

Se acerca el final, ya estamos instalados en la duda y queremos conocer la decisión tomada por la muchacha. Cuando pensamos que la conversación no cambia de tono, que las posibilidades de solución se tornan lejanas,  la muchacha, expresa su «Quieres, quieres, quieres, quieres, quieres, quieres, quieres callarte por favor?» Siete «quieres» que para Harold Bloom constituyen una repetición precisa y persuasiva.
El tren se aproxima, el hombre recoge las dos pesadas maletas, la decisión al parecer, está tomada, pero no llegamos a saberla, él sale atravesando la cortina de cuentas, ella le sonríe,

—¿Te sientes mejor? —preguntó él.
—Me siento muy bien —dijo ella—. No me pasa nada. Me siento muy bien.

El desenlace nos deja ver lo redondo del cuento, no hay una acción que resuelva la trama, hay sí, un cambio. Una evolución en el personaje de la muchacha, ha tomado el control emocional de la situación y nos traslada toda su duda, nos insinúa que somos nosotros, los lectores implicados, quienes, aparcados en una simbólica estación donde se cruzan los trenes, optemos por una decisión, debemos escoger un camino.
¿Cuál tomarías tú?

PD. Cuenta una anécdota, que cuando Hemingway presentó por vez primera el cuento «Colinas como elefantes blancos» éste fue rechazado por los editores, las razones expuestas fueron que se trataba de una historia contada en forma «no tradicional» y carecía de argumento, también se dijo que sus personajes no tenían caracterización alguna. Ningún editor entendió —en su momento— las claves ocultas de su narrativa, motivo por el cual, fue excluido de casi todas las antologías del autor hasta casi llegada la década de los años 90’s, cuando se convierte para la crítica especializada, en uno de sus cuentos más depurados y pieza esencial de posteriores antologías.


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