CONSEJOS A LOS JÓVENES LITERATOS
Charles
Baudelaire
Los preceptos que se van a leer son fruto de la
experiencia; la experiencia implica una cierta suma de equivocaciones; y como
cada cual las ha cometido —todas o poco menos—, espero que mi experiencia será
verificada por la de cada cual.
I
DE
LA SUERTE Y DE LA MALA SUERTE EN LOS COMIENZOS
Los jóvenes escritores que hablando
de un colega novel dicen con acento matizado de envidia: «¡Ha comenzado bien,
ha tenido una suerte loca!», no reflexionan que todo comienzo está siempre
precedido y es el resultado de otros veinte comienzos que no se conocen.
…creo más bien que el éxito es, en
una proporción aritmética o geométrica, según la fuerza del escritor, el
resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una
lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones espontáneas y
milagrosas jamás.
Los que dicen: «Yo tengo mala suerte»,
son los que todavía no han tenido suficientes éxitos y lo ignoran.
Libertad y fatalidad son dos contrarios;
vistas de cerca y de lejos son una sola voluntad.
Y es por eso que no hay mala suerte.
Si hay mala suerte, es que nos falta algo: ese algo hay que conocerlo y
estudiar el juego de las voluntades vecinas para desplazar más fácilmente la
circunferencia.
II
DE
LOS SALARIOS
Por hermosa que sea una casa es ante
todo —y antes de que su belleza quede demostrada— tantos metros de frente por
tantos de fondo. De igual modo la literatura, que es la materia más
inapreciable, es ante todo una serie de columnas escritas; y el arquitecto
literario, cuyo sólo nombre no es una probabilidad de beneficio, debe vender a
cualquier precio.
Hay jóvenes que dicen: «Ya que esto
vale tan poco, ¿para qué tomarse tanto trabajo?» Hubieran podido entregar trabajo
del mejor; y en ese caso sólo hubieran sido estafados por la necesidad
actual, por la ley de la naturaleza; pero se han estafado a sí mismos. Mal
pagados, hubieran podido honrarse con ello; mal pagados, se han deshonrado.
Resumo todo lo que podría escribir
sobre este asunto en esta máxima suprema, que entrego a la meditación de todos
los filósofos, de todos los historiadores y de todos los hombres de negocios: «¡Sólo
es con los buenos sentimientos con los que se llega a la fortuna!»
Los que dicen: «¡Para qué devanarse
los sesos por tan poco!» son los mismos que más tarde quieren vender sus libros
a doscientos francos el pliego, y rechazados, vuelven al día siguiente a
ofrecerlo con cien francos de pérdida.
El hombre razonable es el que dice: «Yo
creo que esto vale tanto, porque tengo genio; pero si hay que hacer algunas
concesiones, las haré, para tener el honor de ser de los vuestros».
III
DE
LAS SIMPATÍAS Y DE LAS ANTIPATÍAS
En amor como en literatura, las
simpatías son involuntarias; no obstante, necesitan ser verificadas, y la razón
tiene ulteriormente su parte.
Las verdaderas simpatías son
excelentes, pues son dos en uno; las falsas son detestables, pues no hacen más
que uno, menos la indiferencia primitiva, que vale más que el odio,
consecuencia necesaria del engaño y de la desilusión.
Por eso yo admiro y admito la
camaradería, siempre que esté fundada en relaciones esenciales de razón y de
temperamento. Entonces es una de las santas manifestaciones de la naturaleza,
una de las numerosas aplicaciones de ese proverbio sagrado: la unión hace la
fuerza.
La misma ley de franqueza y de
ingenuidad debe regir las antipatías. Sin embargo, hay gentes que se fabrican
así odios como admiraciones, aturdidamente. Y esto es algo muy imprudente; es
hacerse de un enemigo, sin beneficio ni provecho. Un golpe fallido no deja por
eso de herir al menos en el corazón al rival a quien se le destinaba, sin
contar que puede herir a derecha e izquierda a alguno de los testigos del
combate.
Un día, durante una lección de
esgrima, vino a molestarme un acreedor; yo lo perseguí por la escalera, a
golpes de florete. Cuando volví, el maestro de armas, un gigante pacífico que
me hubiera tirado al suelo de un soplido, me dijo: «¡Cómo prodiga usted su
antipatía! ¡Un poeta! ¡Un filósofo! ¡Ah, que no se diga!» Yo había perdido el
tiempo de dos asaltos, estaba sofocado, avergonzado y despreciado por un hombre
más, el acreedor, a quien no había podido hacer gran cosa.
En efecto, el odio es un licor
precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues está hecho con nuestra
sangre, nuestra salud, nuestro sueño ¡y los dos tercios de nuestro amor! ¡Hay
que guardarlo ávaramente!
IV
DEL
VAPULEO
El vapuleo no debe practicarse más
que contra los secuaces del error. Si somos fuertes, nos perdemos atacando a un
hombre fuerte; aunque disintamos en algunos puntos, él será siempre de los
nuestros en ciertas ocasiones.
Hay dos métodos de vapuleo: en línea
curva y en línea recta, que es el camino más corto. (…) La línea curva divierte
a la galería, pero no la instruye.
La línea recta… consiste en decir: «El
señor X… es un hombre deshonesto y además un imbécil; cosa que voy a probar»
—¡y a probarla!—; primero…, segundo…, tercero…etc. Recomiendo este método a
quienes tengan fe en la razón y buenos puños.
Un vapuleo fallido es un accidente
deplorable, es una flecha que vuelve al punto de partida, o al menos, que nos
desgarra la mano al partir; una bala cuyo rebote puede matarnos.
V
DE
LOS MÉTODOS DE COMPOSICIÓN
Hoy por hoy hay que producir mucho,
de modo que hay que andar de prisa; de modo que hay que apresurarse lentamente;
pues es menester que todos los golpes lleguen y que ni un solo toque sea
inútil.
Para escribir rápido, hay que haber
pensado mucho; haber llevado consigo un tema en el paseo, en el baño, en el
restaurante, y casi en casa de la querida. (…)
Cubrir una tela no es cargarla de
colores, es esbozar de modo liviano, disponer las masas en tono ligero y
transparente. La tela debe estar cubierta -en espíritu- en el momento en que el
escritor toma la pluma para escribir el título.
Se dice que Balzac ennegrece sus
manuscritos y sus pruebas de manera fantástica y desordenada. Una novela pasa
entonces por una serie de génesis, en los que se dispersa, no sólo la unidad de
la frase, sino también la de la obra. Sin duda es este mal método el que da a
menudo a su estilo ese no sé qué de difuso, de atropellado y de embrollado, que
es el único defecto de ese gran historiador.
VI
DEL
TRABAJO DIARIO Y DE LA INSPIRACIÓN
(…)
Una alimentación muy sustanciosa,
pero regular, es la única cosa necesaria para los escritores fecundos.
Decididamente, la inspiración es hermana del trabajo cotidiano. Estos dos
contrarios no se excluyen en absoluto, como todos los contrarios que
constituyen la naturaleza. La inspiración obedece, como el hombre, como la
digestión, como el sueño. (…) Si se consiente en vivir en una contemplación
tenaz de la obra futura, el trabajo diario servirá a la inspiración, como una
escritura legible sirve para aclarar el pensamiento, y como el pensamiento
calmo y poderoso sirve para escribir legiblemente, pues ya pasó el tiempo de la
mala letra.
VII
DE
LA POESÍA
En cuanto a los que se entregan o se
han entregado con éxito a la poesía, yo les aconsejo que no la abandonen jamás.
La poesía es una de las artes que más reportan; pero es una especie de
colocación cuyos intereses sólo se cobran tarde; en compensación, muy crecidos.
Desafío a los envidiosos a que me
citen buenos versos que hayan arruinado a un editor.
(…)
¿Por lo demás, qué tiene de
sorprendente, puesto que todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer,
pero nunca sin poesía?
El arte que satisface la necesidad
más imperiosa será siempre el más honrado.
VIII
DE
LOS ACREEDORES
(…) Que el desorden haya acompañado a
veces al genio, lo único que prueba es que el genio es terriblemente fuerte;
por desgracia, para muchos jóvenes, ese título expresaba no un accidente, sino
una necesidad.
Yo dudo mucho que Goethe haya tenido
acreedores (…). No tengan acreedores jamás; a lo sumo, hagan como si los
tuvieran, que es todo lo que puedo permitirles.
IX
DE
LAS QUERIDAS
Si quiero acatar la ley de los
contrastes, que gobierna el orden moral y el orden físico, me veo obligado a
ubicar entre las mujeres peligrosas para los hombres de letras, a la mujer
honesta, a la literata y a la actriz; la mujer honesta, porque
pertenece necesariamente a dos hombres y es un mediocre pábulo para el alma
despótica de un poeta; la literata, porque es un hombre fallido; la actriz,
porque está barnizada de literatura y habla en “argot”; en fin, porque no es
una mujer en toda la acepción de la palabra, ya que el público le resulta algo
más preciosos que el amor.
(…)
Porque todos los verdaderos literatos
sienten horror por la literatura en determinados momentos, por eso, yo no
admito para ellos —almas libres y orgullosas, espíritus fatigados que siempre
necesitan reposar al séptimo día—, más que dos clases posibles de mujeres: las
bobas o las mujerzuelas, la olla casera o el amor.
—Hermanos, ¿hay necesidad de exponer
las razones?
15
de abril de 1846
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