DE LA CRÍTICA
Albert Camus
Tres años para hacer un libro, cinco
líneas para ridiculizarlo, y las citas apócrifas. Carta a A. R., crítico
literario (destinada a no ser remitida).
... Una frase de su crítica me ha sorprendido mucho: «paso
por alto...» ¿Cómo es posible que un crítico entendido, consciente de la
trabazón interna que hay en toda obra artística, «pase por alto» en la pintura
de un personaje la única oportunidad en que éste habla de sí mismo y confía
al lector algo de su secreto? ¿Y cómo no ha advertido usted que ese final era
también una convergencia, una ocasión excepcional en que el ser tan disperso
que pinté se integraba por fin?...
... Me atribuye usted intenciones realistas. Realismo es una
palabra que carece de contenido (Madame Bovary y Los posesos son
novelas realistas, y nada tienen en común).
Eso no me ha preocupado. Si hubiera de concretar mi
ambición, más bien hablaría de símbolo. Por lo demás, así lo ha interpretado
usted perfectamente, sólo que atribuye a ese símbolo un sentido que no tiene,
y, para decirlo sin rodeos, me adjudica gratuitamente una filosofía ridícula.
Nada en ese libro lo autoriza a sostener, en efecto, que yo crea en el hombre
natural, que identifique al ser humano con una planta, que considere su
naturaleza ajena a la moral, etc. El protagonista no tiene iniciativas en
ningún momento. Usted no ha reparado en que siempre se limita a contestar
las preguntas, tanto de la vida como de los hombres. De modo que jamás
afirma nada, y yo no he dado de él otra cosa que un negativo. Ningún dato pudo
hacerle prejuzgar su actitud íntima, como no fuera en el último capítulo.;
Precisamente el que usted «pasa por alto».
Llevaría demasiado tiempo explicarle todas las razones que
me decidieron a «decir lo menos posible». Lamento solamente que un examen
superficial le haya inducido a atribuirme una filosofía barata que no estoy dispuesto
a reconocer. Entenderá mejor lo que digo, si le puntualizo que la única cita de
su artículo es apócrifa (transcribir y rectificar) y, por tanto, da pie a
deducciones ilegítimas. Es posible que hubiera allí una filosofía diferente, y
que usted apenas la rozara al definirla como «inhumanidad». Pero ¿acaso vale la
pena demostrarlo? Quizá piense usted que esto es dar demasiada importancia al
librito de un desconocido. Por mi parte, creo que en este asunto se trata de
algo más que de mí.
Porque se ha colocado usted en un punto de vista moral que
le impide juzgar en la perspicacia y el talento que se le reconocen. Esa
posición es insostenible, y usted lo sabe mejor que nadie. Un límite muy
impreciso separa sus críticas de las que pronto podrán hacerse (y ya se han
hecho, no mucho tiempo atrás) dentro de una literatura dirigida, sobre el
carácter moral de tal o cual obra. Esto es abominable, se lo digo sin
irritación.
Ni usted ni nadie está calificado para juzgar si una obra puede
ser buena o mala para el país, en este momento o en otro alguno. Yo, por lo
menos, me niego a someterme a tales jurisdicciones, y éste es el motivo de mi carta.
Le agradecería, en efecto, que me creyera capaz de aceptar con serenidad
críticas más duras, pero formuladas con más amplitud de criterio.
En todo caso, desearía que esta carta no diera ocasión a un
nuevo malentendido. Mi actitud hacia usted no es la de un autor descontento, y
le ruego que no dé ninguna publicidad a esta carta. Pocas veces habrá visto mi
nombre en las revistas actuales, cuyo acceso resulta, sin embargo, tan fácil.
Ocurre que, no teniendo nada que decir en ellas, prefiero no hacer concesiones a
la publicidad. Si publico ahora libros que me han costado años de trabajo, lo
hago sólo porque están terminados, y porque tengo en preparación los
siguientes.
No espero de ellos ningún beneficio material, ni renombre alguno.
Si acaso, esperaba que me valdrían la atención y la paciencia que merece
cualquier empresa de buena fe. Hay que pensar que aun esta exigencia era desmedida.
Como quiera que sea, acepte usted, señor, las expresiones de mi sincera
consideración.
Tomado de: Cuaderno IV (Enero de 1942 - septiembre de 1945) Alianza editorial, 1996, Páginas
127, 128
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