LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Roberto Fontanarrosa,
—Perdónalo, Alfonso.
—No, no lo perdono nada.
—Ay, yo no sé.
—No lo perdono. No.
—Pero es que ya es mucho.
—No; qué es mucho. El que la sigue es
él.
—Pero es chico, vida.
—Qué chico ni chico, que aprenda
ahora. Yo también fui chico si es por eso.
—Sí, pero ahora es distinto.
—Mirá, Clarita, terminemos, yo no lo
perdono ni mierda, tampoco le voy a ir a hablar.
—Lo que pasa es que vos sólo pensás
en vos, ¿y yo? A mí que me parta un rayo. ¿Te creés que me gusta que vienen y
me preguntan por la calle?
—Vos porque das bola, además, la
educación de los hijos cada uno la hace como se le canta.
—Es que ya va a perder el año, te lo
dije, Alfonso, me habló la señorita.
—Peor es que pierda el respeto por su
padre, si pierde un año ya lo va a recuperar, no es idiota el chico, creo ¿no?
—Yo no, no sé, no sé, lo único que te
digo es que no veo las horas de verlo de nuevo.
—Y yo también, ¿qué te creés?, ya va
a salir te digo, ya va a salir.
—Sí, lo mismo dijiste en octubre y
todavía está ahí.
—Es que vos no tendrías que haberle
llevado comida. Te lo dije...
—Pero, Alfonso, ¡se iba a morir!
—¡Qué mierda se va a morir, ya ibas a
ver cómo salía!
—Pero no se puede hacer eso, después
de todo, como dice mamá, por una zoncera.
—Tú mamá que no se meta en esto,
además lo que pueda decir me importa un huevo.
—¡Alfonso!
—Me importa un huevo, si está
reblandecida yo no tengo la culpa.
—No pensabas así cuando le pediste
plata.
—Yo sabía que iba a salir lo de la
plata, sí, sabía que eso le iba a dar excusa para meterse en todo lo que no le
importa.
—¡Qué no le importa, es el nieto y se
está muriendo de hambre!
—Si se está muriendo de hambre que se
joda, en Saigón, por ahí, se mueren miles de pibes de hambre, ¿o no leés los
diarios vos?
—Acá no es Saigón, y si allá se
mueren de hambre yo no voy a permitir que acá mi hijo se muera de hambre.
—Vos no te preocupés, ya va a salir,
no podrá resistir mucho más.
—¿Te parece bien eso?, que tu hijo se
coma el algodón, los elásticos, ¿te parece?, que se coma el cotín.
—Ya también se le va a terminar, ¿vos
lo viste?
—Ayer lo vi.
—¿Cómo está?
—No lo vi mucho, estaba oscuro.
—Hubieras prendido la luz.
—No. Grita. Le hace mal la luz. Vos
no crees pero, ¿no se estará quedando ciego?
—¡Pero mirá con lo que salís ahora!
¿Qué?, ¿vas a hacer un drama porque el otro boludo caprichoso se metió ahí y no
quiere salir?
—Pero grita.
—Que grite, ¡qué joda!, tanto tiempo
a oscuras a cualquiera le molesta la luz.
—Y la señorita dijo que no iba a
venir...
—¿Y quién la llamó?
—Yo, como la otra vez vino...
—¿Y a qué vino?
—A decirle a ver si salía, que
volviera al colegio, que los compañeritos lo extrañaban.
—¿Y el otro?
—Que no, que no y que no.
—No la llamés más a esa boluda.
—No seas así, ahora dijo que no venía
porque le duele la cintura y no puede estar mucho agachada, además que le da no
sé qué verlo así.
—Y también el olor.
—Claro, Alfonso, el olor, nosotros no
nos damos ya cuenta, pero la gente sí. Imagináte tanto tiempo haciendo caca y
pis ahí abajo. Ay, Dios mío, Alfonso, por favor, yo no sé, vos también.
—Yo también nada, si caga y mea ahí
abajo déjalo, que se joda, tirá creolina, kerosene.
—No le puedo tirar, Alfonso, entendé,
mirá si se infesta, creo que está lastimado, que se clavó una astilla en la
rodilla.
—Mulas, son mulas para que le
tengamos lástima.
—¿Y cómo no le vas a tener lástima,
Alfonso? Es chico.
—¿Y él tiene lástima cuando hace las
perrerías que hace? ¿Tiene lástima? Así se va a educar. Va a ver.
—Yo no sé, si no sale para las
Fiestas yo llamo a alguien, no sé, o agarro y me vuelvo loca.
—Perdé cuidado que va a salir, ya en
diciembre esa pieza es un fuego. Vas a ver cómo sale cuando se achicharre ahí
abajo, muerto de hambre y entre la caca recalentada.
—¿Y si no sale, Alfonso?
—Si no sale ya veremos, no te
preocupes, yo tampoco quiero pasar las fiestas sin él.
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