Crímenes ejemplares
Max Aub
(Selección)
SUBIRSE SOBRE
Subirse sobre un montón de cadáveres para ver el campo a través de una
tronera, esperar con cuidado, mirar con atención para ver si se descubre el
enemigo, disparar a mansalva, sin errar el tiro, resentir el golpe en el hombro
derecho, el golpe que arma caballero. Acabar de una vez con los que molestan
para no volvérselos a encontrar mañana estorbando el paso. ¿O es que mis
enemigos no son enemigos de Dios?
SÍ, SEÑOR JUEZ
Sí, señor juez: no intento justificarme sino explicar, darle noticia.
Soñé que mi socio me estafaba. Lo vi tan claro, tan evidente, que aunque al
despertar me di cuenta de que era una imagen de la modorra, tuve que
degollarle. Porque no podía deshacer nuestra sociedad sin razón valedera y no
podía aguantar verle cada día teniendo presente la sombra del sueño que llegó a
quitármelo.
ES QUE USTEDES NO SON
Es que ustedes no son mujeres, y, además, no viajan en camión, sobre
todo en el Circunvalación, o en el amarillo cochino de Circuito Colonias, a la
hora de la salida del trabajo. Y no saben lo que es que le metan a una mano.
Que todos y cualquiera procuren aprovecharse de las apreturas para rozarle los
muslos y las nalgas, haciéndose los desinteresados, mirando a otra parte, como
si fuesen indecentes palomitas. Indecentes. Y una procura hurtarse a la presión
y empuja hacia otro lado. Y ahí, otro cerdo, con las manos en los bolsillos,
rozándola a una. ¡Qué asco! Pero ese tipo se pasó de la raya: dos días seguidos
nos encontramos lado a lado. Yo no quería hacer un escándalo, porque me molestan,
y son capaces de reírse de una. Por si acaso me lo volvía a encontrar me llevé un
cuchillito, filoso, eso sí. Sólo quería pincharle. Pero entró como si fuera
manteca, puritita manteca de cerdo. Era otro, pero se lo merecía igual que
aquel.
ESTA CORRIENTE DE
AIRE
Esta corriente de aire, ¿cómo matarla? Están cerradas las ventanas,
atrancada la puerta. Y sin embargo, el aire corre, se arrastra y espía. Me
envuelve. Se mete por los adentros y me hiela. ¿Desde dónde y adónde? Matarla.
Como si fuera el pabilo de una vela y dejarla retorcida, negra, en el suelo,
como una serpiente muerta, machucada la cabeza con su sangre fría en un charco
menudo, inmundo y viscoso. Un soplo que matara ese soplar frío que me atraviesa
la espalda, hálito de afuera, del mundo que me oye, ese frío fabricado contra
mí. Ese aire: asesinarlo. Soplar, y que me quede sin soplo. ¡Qué bueno decir:
matar una vela! Pero esta corriente de aire ¿cómo matarla, ella que me está
matando?
LE PEDÍ
Le pedí el Excelsior y me trajo El Popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y
me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una
buena combinación.
AQUELLA SEÑORA
Aquella señora sacaba a pasear su perro todas las mañanas y todas las
tardes, a la misma hora. Era una mujer vieja y fea y evidentemente mala. Eso se
notaba a primera vista. Yo no tengo gran cosa que hacer y me gusta aquella
banca. Aquella banca, y ninguna otra.
Evidentemente lo hacía adrede: aquel perrillo indecente era el animal
más horrible que se haya podido inventar. Alargado, con pelos por todas partes.
Me olía, reprobándome, cada día. Luego se ensuciaba en mis propias narices. La
vieja le llamaba con todos los diminutivos posibles: cariñito, reyecito,
emperadorcito, angelito, hijito.
Estuve pensándolo durante más de medio minuto. Al fin y al cabo el
animal no tenía ninguna culpa. Estaban construyendo una casa a dos pasos de
allí, y habían dejado un fierro al alcance de mi mano. Le di a la vieja con
todas mis fuerzas, y si no es porque tropecé y caí, al atravesar la calle,
nadie me hubiera alcanzado.
SOY MAESTRO
Soy maestro. Hace diez años que soy maestro de la Escuela Primaria de
Tenancingo, Zacatecas. Han pasado muchos niños por los pupitres de mi escuela.
Creo que soy un buen maestro. Lo creía hasta que salió aquel Panchito
Contreras. No me hacía ningún caso, ni aprendía absolutamente nada: porque no
quería. Ninguno de los castigos surtía efecto. Ni los morales, ni los
corporales. Me miraba, insolente. Le rogué, le pegué. No hubo modo. Los demás
niños empezaron a burlarse de mí. Perdí toda autoridad, el sueño, el apetito, hasta
que un día ya no lo pude aguantar, y, para que sirviera de precedente, lo
colgué del árbol del patio.
FICHA 342
Ficha 342.
Apellido y nombre del enfermo: Agrasot, Luisa.
Edad: 24 años. Natural de Veracruz, Veracruz.
Diagnóstico: Erupción cutánea de origen probablemente polibacilar.
Tratamiento: Dos millones de unidades de penicilina.
Resultado: Nulo.
Observaciones: Caso único. Recalcitrante. Sin precedentes.
Desde el decimoquinto día me abrumó. El diagnóstico era clarísimo. Sin
que cupiese duda alguna. Al fracasar la penicilina ensayé desesperadamente toda clase de otros remedios:
no sabía por dónde salir. Me trajo de cabeza, de día y de noche, semanas y
semanas, hasta que le administré una dosis de cianuro potásico. La paciencia
–aun con los pacientes– tiene un límite.
PUEDEN USTEDES
PREGUNTARLO
Pueden ustedes preguntarlo en la Sociedad de Ajedrez de Mexicali, en
el Casino de Hermosillo, en la Casa de Sonora: yo soy, yo era, muchísimo mejor
jugador de ajedrez que él. No había comparación posible. Y me ganó cinco
partidas seguidas. No sé si se dan ustedes cuenta. ¡Él, un jugador de clase C!
Al mate, cogí un alfil y se lo clavé, dicen que en el ojo. El auténtico mate
del pastor...
ERA MÁS INTELIGENTE
Era más inteligente que yo, más rico que yo, más desprendido que yo;
era más alto que yo, más guapo, más listo; vestía mejor, hablaba mejor; si
ustedes creen que no son eximentes, son tontos. Siempre pensé en la manera de
deshacerme de él. Hice mal en envenenarlo: sufrió demasiado. Eso, lo siento. Yo
quería que muriera de repente.
MATÓ A SU HERMANITA
Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes
fuesen para ella.
HACÍA TRES AÑOS
Hacía tres años que soñaba con ello: ¡estrenaba traje! Un traje
clarito, como yo lo había deseado siempre. Había estado ahorrando, peso a peso,
y, por fin, lo tenía. Con sus solapas nuevecitas, su pantalón bien planchado,
sus valencianas sin deshilachar... Y aquel tío grande, gordo, asqueroso, dejó
caer su colilla y me lo quemó: un agujero horrible, negro, con los bordes color
café. Me lo eché con un tenedor. Tardó bastante en morirse.
HABLABA, Y HABLABA
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba.
Y venga a hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no
hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y
empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba.
¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese
sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si
aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se
callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
ME DIJO
Me dijo que lo publicaría en mayo, luego en junio, después en octubre.
Pasó el invierno, con la primavera se me revolvió la sangre, era mi segundo
libro. El decisivo. Que lo fuera para el joven editor, lo siento. Pero me lo
agradecerán muchos y, seguramente, llamará la atención y será una buena
publicidad.
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