miércoles, 20 de mayo de 2020

CRÍMENES EJEMPLARES, Max Aub (selección)


Crímenes ejemplares
Max Aub
(Selección)


SUBIRSE SOBRE

Subirse sobre un montón de cadáveres para ver el campo a través de una tronera, esperar con cuidado, mirar con atención para ver si se descubre el enemigo, disparar a mansalva, sin errar el tiro, resentir el golpe en el hombro derecho, el golpe que arma caballero. Acabar de una vez con los que molestan para no volvérselos a encontrar mañana estorbando el paso. ¿O es que mis enemigos no son enemigos de Dios?

SÍ, SEÑOR JUEZ

Sí, señor juez: no intento justificarme sino explicar, darle noticia. Soñé que mi socio me estafaba. Lo vi tan claro, tan evidente, que aunque al despertar me di cuenta de que era una imagen de la modorra, tuve que degollarle. Porque no podía deshacer nuestra sociedad sin razón valedera y no podía aguantar verle cada día teniendo presente la sombra del sueño que llegó a quitármelo.

ES QUE USTEDES NO SON

Es que ustedes no son mujeres, y, además, no viajan en camión, sobre todo en el Circunvalación, o en el amarillo cochino de Circuito Colonias, a la hora de la salida del trabajo. Y no saben lo que es que le metan a una mano. Que todos y cualquiera procuren aprovecharse de las apreturas para rozarle los muslos y las nalgas, haciéndose los desinteresados, mirando a otra parte, como si fuesen indecentes palomitas. Indecentes. Y una procura hurtarse a la presión y empuja hacia otro lado. Y ahí, otro cerdo, con las manos en los bolsillos, rozándola a una. ¡Qué asco! Pero ese tipo se pasó de la raya: dos días seguidos nos encontramos lado a lado. Yo no quería hacer un escándalo, porque me molestan, y son capaces de reírse de una. Por si acaso me lo volvía a encontrar me llevé un cuchillito, filoso, eso sí. Sólo quería pincharle. Pero entró como si fuera manteca, puritita manteca de cerdo. Era otro, pero se lo merecía igual que aquel.

ESTA CORRIENTE DE AIRE

Esta corriente de aire, ¿cómo matarla? Están cerradas las ventanas, atrancada la puerta. Y sin embargo, el aire corre, se arrastra y espía. Me envuelve. Se mete por los adentros y me hiela. ¿Desde dónde y adónde? Matarla. Como si fuera el pabilo de una vela y dejarla retorcida, negra, en el suelo, como una serpiente muerta, machucada la cabeza con su sangre fría en un charco menudo, inmundo y viscoso. Un soplo que matara ese soplar frío que me atraviesa la espalda, hálito de afuera, del mundo que me oye, ese frío fabricado contra mí. Ese aire: asesinarlo. Soplar, y que me quede sin soplo. ¡Qué bueno decir: matar una vela! Pero esta corriente de aire ¿cómo matarla, ella que me está matando?

LE PEDÍ

Le pedí el Excelsior y me trajo El Popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una buena combinación.

AQUELLA SEÑORA

Aquella señora sacaba a pasear su perro todas las mañanas y todas las tardes, a la misma hora. Era una mujer vieja y fea y evidentemente mala. Eso se notaba a primera vista. Yo no tengo gran cosa que hacer y me gusta aquella banca. Aquella banca, y ninguna otra.
Evidentemente lo hacía adrede: aquel perrillo indecente era el animal más horrible que se haya podido inventar. Alargado, con pelos por todas partes. Me olía, reprobándome, cada día. Luego se ensuciaba en mis propias narices. La vieja le llamaba con todos los diminutivos posibles: cariñito, reyecito, emperadorcito, angelito, hijito.
Estuve pensándolo durante más de medio minuto. Al fin y al cabo el animal no tenía ninguna culpa. Estaban construyendo una casa a dos pasos de allí, y habían dejado un fierro al alcance de mi mano. Le di a la vieja con todas mis fuerzas, y si no es porque tropecé y caí, al atravesar la calle, nadie me hubiera alcanzado.

SOY MAESTRO

Soy maestro. Hace diez años que soy maestro de la Escuela Primaria de Tenancingo, Zacatecas. Han pasado muchos niños por los pupitres de mi escuela. Creo que soy un buen maestro. Lo creía hasta que salió aquel Panchito Contreras. No me hacía ningún caso, ni aprendía absolutamente nada: porque no quería. Ninguno de los castigos surtía efecto. Ni los morales, ni los corporales. Me miraba, insolente. Le rogué, le pegué. No hubo modo. Los demás niños empezaron a burlarse de mí. Perdí toda autoridad, el sueño, el apetito, hasta que un día ya no lo pude aguantar, y, para que sirviera de precedente, lo colgué del árbol del patio.

FICHA 342

Ficha 342.
Apellido y nombre del enfermo: Agrasot, Luisa.
Edad: 24 años. Natural de Veracruz, Veracruz.
Diagnóstico: Erupción cutánea de origen probablemente polibacilar.
Tratamiento: Dos millones de unidades de penicilina.
Resultado: Nulo.
Observaciones: Caso único. Recalcitrante. Sin precedentes.

Desde el decimoquinto día me abrumó. El diagnóstico era clarísimo. Sin que cupiese duda alguna. Al fracasar la penicilina ensayé  desesperadamente toda clase de otros remedios: no sabía por dónde salir. Me trajo de cabeza, de día y de noche, semanas y semanas, hasta que le administré una dosis de cianuro potásico. La paciencia –aun con los pacientes– tiene un límite.

PUEDEN USTEDES PREGUNTARLO

Pueden ustedes preguntarlo en la Sociedad de Ajedrez de Mexicali, en el Casino de Hermosillo, en la Casa de Sonora: yo soy, yo era, muchísimo mejor jugador de ajedrez que él. No había comparación posible. Y me ganó cinco partidas seguidas. No sé si se dan ustedes cuenta. ¡Él, un jugador de clase C! Al mate, cogí un alfil y se lo clavé, dicen que en el ojo. El auténtico mate del pastor...

ERA MÁS INTELIGENTE

Era más inteligente que yo, más rico que yo, más desprendido que yo; era más alto que yo, más guapo, más listo; vestía mejor, hablaba mejor; si ustedes creen que no son eximentes, son tontos. Siempre pensé en la manera de deshacerme de él. Hice mal en envenenarlo: sufrió demasiado. Eso, lo siento. Yo quería que muriera de repente.

MATÓ A SU HERMANITA

Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella.

HACÍA TRES AÑOS

Hacía tres años que soñaba con ello: ¡estrenaba traje! Un traje clarito, como yo lo había deseado siempre. Había estado ahorrando, peso a peso, y, por fin, lo tenía. Con sus solapas nuevecitas, su pantalón bien planchado, sus valencianas sin deshilachar... Y aquel tío grande, gordo, asqueroso, dejó caer su colilla y me lo quemó: un agujero horrible, negro, con los bordes color café. Me lo eché con un tenedor. Tardó bastante en morirse.

HABLABA, Y HABLABA

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga a hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

ME DIJO

Me dijo que lo publicaría en mayo, luego en junio, después en octubre. Pasó el invierno, con la primavera se me revolvió la sangre, era mi segundo libro. El decisivo. Que lo fuera para el joven editor, lo siento. Pero me lo agradecerán muchos y, seguramente, llamará la atención y será una buena publicidad.

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