Para acabar con Ingmar Bergman
El séptimo sello
Woody Allen
(El drama se desarrolla en el dormitorio de la casa de
dos pisos de Nat Ackerman, en algún lugar de Kew Gardens, Nueva York. La habitación está enmoquetada. Hay una gran cama
doble y un inmenso velador. La habitación está amueblada y acortinada de forma
meticulosa y en las paredes hay varias pinturas y un barómetro no muy
atractivo. Se oye una música suave cuando se levanta el telón. Nat Ackerman, un
confeccionista de prét–á–porter de
cincuenta y siete años, calvo y panzón, está echado en la cama terminando de
leer el «Daily News». Lleva puestas una
bata y zapatillas y lee a la luz de una lamparilla cogida con grapas al cabezal
blanco de la cama. Es cerca de medianoche. De pronto, se oye un ruido, Nat se
sienta y mira la ventana.)
Nat: ¿Qué diablos es eso?
(Trepando torpemente por la ventana, aparece una figura
sombría y con capa. El intruso viste una capucha negra y ropa ajustada al
cuerpo también de color negro. La capucha le cubre la cabeza, pero no la cara
que es de mediana edad y absolutamente blanca. De algún modo, tiene cierto
parecido con Nat. Resopla sonoramente y luego salta por encima del marco de la
ventana y cae en la habitación.)
La Muerte (porque de eso se trata): ¡Dios santo! Casi
me rompo el cuello.
Nat (observando perplejo): ¿Quién es usted?
La Muerte: La Muerte.
Nat: ¿Quién?
La Muerte: La Muerte. Escuche... ¿puedo sentarme? Casi
me rompo el cuello. Estoy temblando como
una hoja.
Nat: ¿Quién es usted?
La Muerte: La Muerte. ¿No tendría un vaso de agua?
Nat: ¿La Muerte? ¿Qué quiere decir... La Muerte?
La Muerte: ¿Qué diablos le pasa? ¿No ve mi traje negro
y mi rostro blanco?
Nat: Sí.
La Muerte: ¿Y le parece que puedo ser Pinocho?
Nat: No.
La Muerte: Entonces soy La Muerte. Ahora bien, ¿podría
darme un vaso de agua... o una agua tónica?
Nat: Si se trata de una broma...
La Muerte: ¿Qué clase de broma? ¿Tiene cincuenta y
siete años? ¿Nat Ackerman? ¿Calle Pacific 118? A “menos que me haya
equivocado... ¿dónde habré dejado el papel? (Se revisa los bolsillos hasta que
saca una tarjeta con una dirección. La verifica.)
Nat: ¿Qué quiere conmigo?
La Muerte: ¿Que qué quiero? ¿Qué le parece que quiero?
Nat: Debe estar bromeando. Estoy en perfecto estado de
salud.
La Muerte (sin dejarse impresionar): Uh-uh. (Mira en
derredor.) Es un hermoso lugar. ¿Lo hizo usted mismo?
Nat: Tuvimos una decoradora, pero yo la ayudé.
La Muerte (mirando una foto en la pared): Me encantan esos
chicos de ojos grandes.
Nat: No quiero irme todavía.
La Muerte: ¿Usted no quiere irse? Por favor, no empecemos.
No empeore las cosas, la subida me ha mareado.
Nat: ¿Qué subida?
La Muerte: Subí por el tubo del desagüe. Quería hacer
una entrada dramática. Vi las ventanas abiertas y pensé que usted estaría
despierto leyendo. Imaginé que sería divertido subir y entrar así, por las
buenas, ya sabe... (Chasquea los dedos.) Pero me enganché el tacón en una
enredadera, se rompió el tubo y me quedé colgado por un pelo. Después, se me
rompió la capa. Mire, mejor vámonos de una vez. Ha sido una noche terrible.
Nat: ¿Con que me ha roto, además, el tubo del desagüe?
La Muerte: Roto, roto, no, sólo un poco torcido. ¿No
oyó nada? Me pegué un porrazo en el suelo.
Nat: Estaba leyendo.
La Muerte: Entonces debía estar muy concentrado.
(Hojea el periódico que leía Nat.) «Colegialas sorprendidas
en una orgía de marihuana». ¿Me lo presta?
Nat: Aún no he terminado.
La Muerte: Bueno... no sé cómo decírselo, amigo, pero...
Nat: ¿Por qué no tocó el timbre de abajo?
La Muerte: ¿Y qué, si no, estoy tratando de explicarle?
Podría haberlo hecho, pero ¿qué impresión le habría causado? Así queda más
dramático. Pasa algo. ¿Ha leído Fausto?
Nat: ¿Qué?
La Muerte: ¿Y qué habría ocurrido, si estuviese acompañado?
Estaría sentado, ahí, con gente importante. Llego yo, La Muerte. ¿Qué le parece
mejor? ¿Qué toque el timbre o aparezca de pronto? ¿En qué está pensando,
hombre?
Nat: Escuche, señor, es muy tarde.
La Muerte: Tiene razón. Bueno, ¿vamos?
Nat: ¿Adónde?
La Muerte: La Muerte. Eso. La Cosa. Los Felices Campos de
Caza. (Se mira la rodilla.) ¿Sabe?, es una herida bastante profunda. Mi primer
trabajo y puede que me venga una gangrena.
Nat: Espere un minuto. Necesito tiempo. No estoy listo
para ir.
La Muerte: Lo lamento mucho. No puedo hacer nada por
usted. Me gustaría, pero es la hora.
Nat: ¿Cómo puede ser la hora? ¿Si acabo de asociarme con
«Original–Prét–a–porter»?
La Muerte: ¿Qué diferencia hay entre un par de billetes
más o un par de billetes menos?
Nat: ¡Claro! A usted, ¿qué le importa? Debe tener todos
los gastos pagados.
La Muerte: ¿Quiere venir conmigo ahora?
Nat (estudiándolo): Perdone, pero no puedo creer que
sea usted la Muerte.
La Muerte: ¿Por qué? ¿Qué se esperaba... Rock Hudson?
Nat: No, no se trata de eso.
La Muerte: Siento mucho haberle desilusionado, pero,
oiga usted...
Nat: No se enfade. No sé; siempre pensé que usted
sería... eh... un poco más alto.
La Muerte: Mido un metro setenta. Es normal para mi
peso.
Nat: Se parece algo a mí.
La Muerte: ¿Y a quién tendría que parecerme? Al fin y
al cabo soy su Muerte.
Nat: Deme un poco de tiempo. Un día más.
La Muerte: No puedo, ¿qué quiere que le diga?
Nat: Un día más. Veinticuatro horas.
La Muerte: ¿Para qué las necesita? La radio dijo que
mañana llovería.
Nat: ¿No podríamos llegar a algún acuerdo?
La Muerte: ¿Cómo cuál?
Nat: ¿Juega al ajedrez?
La Muerte: No.
Nat: Una vez vi una foto suya jugando al ajedrez.
La Muerte: No podía ser yo porque no juego al ajedrez.
Gin rummy, quizás.
Nat: ¿Juega al gin rummy?
La Muerte: ¿Si juego al rummy? ¿Juega Cruyff al fútbol?
Nat: Es muy bueno, ¿eh?
La Muerte: Muy bueno.
Nat: Le diré lo que haré...
La Muerte: No quiera llegar a ningún acuerdo conmigo.
Nat: Le reto al gin rummy. Si gana, me voy en seguida.
Si gano, me da un poco más de tiempo.
Un poquitín... un día más.
La Muerte: ¿Y quién tiene tiempo para jugar al rummy?
Nat: Vamos, vimos. Dice que es tan bueno...
La Muerte: Aunque me gustaría hacer una partidita...
Nat: Vamos, compórtese como un caballero. Jugamos media
hora.
La Muerte: En realidad, no debería...
Nat: Aquí mismo tengo las cartas. No se ahogue en un
vaso de agua. Vamos.
La Muerte: De acuerdo, empecemos. Juguemos un poco. Me
relajará.
Nat (tomando las cartas, una hoja para anotar, un
lápiz): No se arrepentirá.
La Muerte: No me dore la píldora. Vamos a las cartas, deme
un agua tónica y algo de picar. ¡Vaya!
Aparece un desconocido en su casa y usted no tiene ni
patatas fritas para ofrecerle.
Nat: Abajo, hay galletas en un plato.
La Muerte: ¿Galletas? ¿Y si viene el presidente, qué?
¿También le daría galletas?
Nat: Usted no es el presidente.
La Muerte: Dé las cartas.
(Nat da y sirve un cinco.)
Nat: ¿Quiere jugar a una décima de centavo para hacerlo
más interesante?
La Muerte: ¿No le parece aún lo suficientemente interesante
para usted?
Nat: Juego mejor si hay dinero de por medio.
La Muerte: Lo que usted diga, Newt.
Nat: Nat. Nat Ackerman. ¿No sabe mi nombre?
La Muerte: Newt, Nat... ¡tengo tanta jaqueca!
Nat: ¿Quiere ese cinco?
La Muerte: No.
Nat: Entonces, recoja.
La Muerte (mirando sus cartas mientras recoge): Dios
santo, aquí no conseguí nada.
Nat: ¿A qué se parece?
La Muerte: ¿A qué se parece qué?
(A lo largo de la siguiente conversación, cogen y abren
cartas.)
Nat: La Muerte.
La Muerte: ¿Cómo tendría que ser? Usted abrió allí.
Nat: ¿Hay algo después?
La Muerte: Aaahh, se está guardando los dos.
Nat: Le estoy preguntando. ¿Hay algo después?
La Muerte (con aire ausente): Ya verá.
Nat: Ah, entonces, ¿voy a ver algo?
La Muerte: Pues, quizás no tendría que habérselo dicho
de ese modo. Descarte.
Nat: No suelta usted prenda, ¿eh?
La Muerte: Estoy jugando a las cartas.
Nat: Pues bien, juegue.
La Muerte: Mientras tanto, le estoy regalando una carta
tras otra.
Nat: No mire el pozo.
La Muerte: No estoy mirando. Lo estoy poniendo recto.
¿Cuál fue la carta para cerrar?
Nat: ¿Ya está listo para cerrar?
La Muerte: ¿Quién le dijo que estaba listo para cerrar?
Lo único que pregunté es con qué carta se cierra.
Nat: Y lo único que yo pregunto es si debo esperar algo
para después.
La Muerte: Juegue.
Nat: ¿No puede decirme nada? ¿Adónde vamos?
La Muerte: ¿Nosotros? Para decirle la verdad, usted
tropezará en un montón de pliegues en el suelo y se caerá.
Nat: ¡Oh, no quiero verlo! ¿Me va a doler?
La Muerte: Un par de segundos.
Nat: Extraordinario. (Suspira.) Lo que me faltaba. Un hombre acaba de asociarse con «Original–Pre’t–á–Porter»...
La Muerte: ¿Qué tal con cuatro puntos?
Nat: ¿Cierra y se va?
La Muerte: ¿Son buenos cuatro puntos?
Nat: No, yo tengo dos.
La Muerte: Está bromeando.
Nat: No, usted pierde.
La Muerte: ¡Dios santo! Y pensar que creía estar guardando los
seis.
Nat: No, su turno. Veinte puntos y dos cajas.
Dé. (La Muerte da las cartas.) Debo caerme al suelo, ¿eh? ¿No puedo
estar de pie sobre el sofá cuando suceda?
La Muerte: No, juegue.
Nat: ¿Por qué no?
La Muerte: ¡Porque todo el mundo se cae al suelo! Déjeme en paz.
Estoy tratando de concentrarme.
Nat: ¿Por qué tiene que ser al suelo? ¡Es lo único que digo! ¿Por
qué demonios no puedo estar al lado de un sofá cuando suceda?
La Muerte: Haré lo que pueda. ¿Quiere jugar, sí o no?
Nat: De eso estoy hablando. Usted me recuerda a Moe Leftkowitz.
Tozudo como una mula.
La Muerte: ¿Que le recuerdo a Moe Lefkowitz? ¡Soy una de las
figuras más terroríficas que pueda imaginarse y al señor le recuerdo a Moe
Leftkowitz! ¿Quién es? ¿Un peletero?
Nat: Ya le gustaría ser ese peletero. Hace ochenta mil dólares al
año. Fabricante de pasamanos. Tiene su propia fábrica. Dos puntos.
La Muerte: ¿Qué?
Nat: Dos puntos. Voy. ¿Qué tiene?
La Muerte: Tengo una mano como el resultado de un partido de
baloncesto.
Nat: Y son espadas.
La Muerte: ¡Si no hablara tanto!
(Vuelven a dar y siguen el juego.)
Nat: ¿Qué quiso decir cuando dijo que era su primer trabajo?
La Muerte: ¿Qué le parece?
Nat: ¿Quería decirme acaso... que antes de mí no ha muerto nadie?
La Muerte: Por supuesto que sí. Pero yo no los llevé.
Nat: Entonces, ¿quién lo hizo?
La Muerte: Los otros.
Nat: ¿Hay otros?
La Muerte: Claro. Cada uno tiene su forma personal de irse.
Nat: No lo sabía.
La Muerte: ¿Por qué habría de saberlo? ¿Quién se cree que es al fin
y al cabo?
Nat: ¿Qué pretende decir con eso de quién me creo que soy? ¿Acaso
soy un Don Nadie?
La Muerte: Nadie no. Es un coleccionista de prét–á–porter. ¿De dónde va a sacar un conocimiento de los
misterios eternos?
Nat: ¿De qué está hablando? Yo gano mucha pasta. Envié mis dos
chicos a la universidad. Uno está en publicidad, el otro se casó. Tengo casa
propia. Llevo un Chrysler. Mi mujer tiene lo que se le antoja. Criadas, abrigo
de visón, vacaciones. En este momento está en Edén Roe. Cincuenta dólares al
día sólo porque quiere estar cerca de su hermana. Tengo que reunirme con ella
la semana que viene, entonces, ¿qué piensa que soy? ¿Un tipo de la calle?
La Muerte: Está bien. No sea tan quisquilloso.
Nat: ¿Quién es quisquilloso?
La Muerte: Yo también podría enfadarme porque me ha insultado.
Nat: ¿Quién le ha insultado?
La Muerte: ¿No dijo que lo había desilusionado?
Nat: ¿Qué espera? ¿Pretende que tire la casa por la ventana?
La Muerte: No estoy hablando de eso. Quiero decir, yo personalmente, que soy demasiado bajo, que soy eso, que soy lo
otro.
Nat: Dije que se parecía a mí. Es como un reflejo.
La Muerte: OK, está bien, corte, corte.
(Continúan jugando mientras sube el volumen de la música
y se van apagando las luces hasta la oscuridad total. Las luces vuelven a
encenderse lentamente; ha pasado el tiempo y se ha terminado la partida. Nat
anota los puntajes.)
Nat: Sesenta y ocho... ciento cincuenta... Bueno, ha
perdido.
La Muerte (mirando, abatido, los naipes): Sabía que no
debía haber tirado ese nueve. ¡Mierda!
Nat: Entonces, le veo mañana.
La Muerte: ¿Qué significa eso de que me ve mañana?
Nat: Me gané un día extra. Ahora déjeme.
La Muerte: ¿Habla en serio?
Nat: Un trato es un trato.
La Muerte: Sí, pero...
Nat: No me venga con «peros». Gané veinticuatro horas. Vuelva
mañana.
La Muerte: No sabía que jugábamos por tiempo.
Nat: Lo siento mucho. Tendría que prestar más atención.
La Muerte: ¿Y ahora qué voy a hacer durante veinticuatro
horas?
Nat: A mí, ¿qué me importa? El asunto es que le gané un
día extra.
La Muerte: ¿Qué quiere que haga... que camine por las
calles?
Nat: Métase en un hotel, váyase al cine. Tome un *schvitz*. ¡No haga de eso un asunto de
Estado!
La Muerte: A lo mejor se ha equivocado al contar.
Nat: No sólo no me he equivocado, sino que me debe,
además, veintiocho dólares.
La Muerte: ¿Qué?
Nat: Así es, amigo. Aquí está, léalo.
La Muerte (revisándose los bolsillos): Tengo sólo unas
cuantas monedas, pero no veintiocho dólares.
Nat: Le acepto un cheque.
La Muerte: ¿Un cheque? ¿En qué cuenta?
Nat: ¡Si todos mis clientes fueran como usted!
La Muerte: Ponga un pleito, demándeme, haga lo que
quiera. ¿Cómo voy a tener yo una cuenta corriente?
Nat: Muy bien, muy bien. Deme lo que tenga y quedamos
en paz.
La Muerte: Escuche, necesito este dinero.
Nat: ¿Por qué va a necesitar dinero la Muerte? Cuénteselo
a su tía.
La Muerte: No haga bromitas. Está a punto de ir al Más
Allá.
Nat: ¿Y qué?
La Muerte: ¿Cómo, y qué? ¿Sabe lo lejos que está?
Nat: ¿Y qué?
La Muerte: Y la gasolina ¿qué? ¿Y el peaje?
Nat: ¿Con que vamos en coche?
La Muerte: Ya verá. (Agitado.) Mire, vuelvo mañana y me
da otra oportunidad para recuperar mi pasta, ¿eh? De lo contrario, tendré
problemas.
Nat: Como quiera. Es muy posible que gane una semana
extra o un mes. Quizá, un año... Del modo que juega...
La Muerte: Mientras tanto, me he quedado sin un duro.
Nat: ¡Hasta mañana!
La Muerte (empujado hacia la puerta): ¿Dónde hay un
buen hotel? ¿Qué hablo de hoteles si no tengo un céntimo? Iré a sentarme en una
confitería.
(Recoge el «News».)
Nat: Eh, deje eso. Es mi diario. (Se lo saca.)
La Muerte (yéndose): ¡Y pensar que pude agarrarlo y
llevármelo sin problemas! ¿Por qué me dejé enrollar con el rummy?
Nat (llamándole): Y tenga cuidado al bajar. ¡En uno de
los escalones, la alfombra está suelta!
(Y, al instante, se oye un gran estruendo y el sonido de
alguien que cae. Nat suspira, luego se dirige a la mesita de noche y hace una
llamada telefónica.)
Nat: ¿Hola, Moe? Yo. Escucha, no sé si alguien me ha
hecho una broma o qué, pero la Muerte acaba de estar aquí. Jugamos un poco al
rummy... No, la Muerte. En persona. O alguien que afirma ser la Muerte. Pero,
Moe, ¡es un *schlep.!* ¡El
rey de los huevones!
Telón.
1.*Baño
de vapor, en yiddish. (N. del T.)
2.*
Pobre tipo. (N. del T.)
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